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HISTORIA DE CIUDAD RODRIGO Y SU TIERRA I De la Prehistoria al siglo XI CENTRO DE ESTUDIOS MIROBRIGENSES AYUNTAMIENTO DE CIUDAD RODRIGO © De los textos: sus autores. © De las fotografías, mapas, gráficos y dibujos, los autores, salvo indicación contraria. Colaboradores gráficos: Ángel Serrano, Jaime Grandes, Manuel Carlos Jiménez González, José Manuel Benito Álvarez, Mª Concepción Martín Chamoso, José Ignacio García Hernández, Sergio Rastrero, Socorro Uribe Malmierca, Mário Reis, Javier Angulo, Manuel Santonja, Museo Arqueológico Nacional, Museo de Salamanca, Museo de Cáceres. Cubierta: caballo en Siega Verde; Dolmen del Valle (Ciudad Rodrigo), Mosaico de Belerofonte y la Quimera (Saelices el Chico) y tumba de El Pueblito (Casillas de Flores), a partir de fotografías de José I. Martín Benito, Mª Concepción Martín Chamoso y Rubén Rubio Díez. ISBN. Obra completa: 978-84-124299-5-4 ISBN. Volumen I: 978-84-124299-6-1 DL S 323-2022 Printed in Spain. Impreso en España Maquetación e impresión: Lletra Artes Gráficas (Ciudad Rodrigo) De acuerdo con la legislación vigente, queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin autorización expresa y por escrito, del editor. HISTORIA DE CIUDAD RODRIGO Y SU TIERRA I De la Prehistoria al siglo XI COORDINACIÓN José Ignacio Martín Benito AUTORES José Ignacio Martín Benito Carlos Vázquez Marcos José Luis Francisco Juan José Palao Vicente Enrique Ariño Gil Manuel Salinas de Frías Alberto Martín Esquivel Iñaki Martín Viso Rubén Rubio Díez Inés María Centeno Cea Ciudad Rodrigo 2022 ÍNDICE PREÁMBULO SALUDA DEL ALCALDE Marcos Iglesias Caridad ...................................................................................... 11 LAS HISTORIAS DE CIUDAD RODRIGO Y SU TIERRA José Ignacio Martín Benito ................................................................................. 15 EL MEDIO FÍSICO Y ADMINISTRATIVO ÁMBITO FÍSICO Y POLÍTICO-ADMINISTRATIVO DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO José Ignacio Martín Benito................................................................................. 25 BIBLIOGRAFÍA .................................................................................................... 57 LA PREHISTORIA PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO José Ignacio Martín Benito................................................................................. 63 ARTE RUPESTRE PALEOLÍTICO EN EL VALLE DEL ÁGUEDA Carlos Vázquez Marcos ..................................................................................... 121 MEGALITISMO EN LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO José Luis Francisco ........................................................................................... 133 BIBLIOGRAFÍA GENERAL .................................................................................. 145 EDAD ANTIGUA EDAD ANTIGUA: LA ROMANIZACIÓN Juan José Palao Vicente .................................................................................... 163 LA ARQUEOLOGÍA EN CIUDAD RODRIGO Y SU TIERRA Enrique Ariño Gil ............................................................................................. 215 LA RELIGIOSIDAD PRERROMANA Y ROMANA Manuel Salinas de Frías .................................................................................... 227 HALLAZGOS DE MONEDA ANTIGUA EN CIUDAD RODRIGO Y SU TERRITORIUM Alberto Martín Esquivel ................................................................................... 237 BIBLIOGRAFÍA GENERAL ................................................................................... 251 ALTA EDAD MEDIA ENTRE EL FIN DEL DOMINIO ROMANO Y LA “REPOBLACIÓN” (SIGLOS VI-XI) Iñaki Martín Viso ............................................................................................. 267 LAS TUMBAS EXCAVADAS EN ROCA Rubén Rubio Díez ............................................................................................ 317 LA CERÁMICA DE LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA ALTA EDAD MEDIA Inés Mª Centeno Cea ....................................................................................... 329 BIBLIOGRAFÍA GENERAL .................................................................................. 339 LA PREHISTORIA PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Centro de Estudios Mirobrigenses 1. INTRODUCCIÓN Cuando hace cerca de tres décadas publicábamos nuestro trabajo Prehistoria y romanización de la Tierra de Ciudad Rodrigo (1994), ya advertíamos de la dificultad de acercarnos al intento de reconstrucción de los modos de vida y evolución técnica y cultural de sus pobladores a lo largo de los tiempos anteriores a las fuentes escritas, que transcurren durante decenas de miles de años. Ello es debido a la limitación de la información, esto es a la escasez y fragmentación de las manifestaciones o restos conservados. La Arqueología se convierte aquí en la principal fuente de observación e interpretación, auxiliada por ciencias como la Geomorfología y la Geología, entre otras. La puesta en común que hicimos otrora en torno a los yacimientos prehistóricos civitatenses1 vino a coincidir con los recientes hallazgos e incipiente investigación de arte rupestre paleolítico en “Siega Verde”. Desde entonces se ha visto acrecentada por algunos nuevos hallazgos arqueológicos de cierta entidad, que complementan y enriquecen el conocimiento sobre las diversas etapas de la historia más remota. Así, el descubrimiento de nuevas estaciones de arte paleolítico en el valle del Águeda (Arroyo de las Almas en La Fregeneda y roca de Redor do Porco (Escalhão, Figueira de Castelo Rodrigo), los dólmenes de Casillas de Flores, la estela de guerrero de Robleda y la elaboración y puesta al día de la carta arqueológica de la provincia salmantina, han venido a aportar nuevos enclaves y hallazgos a los entonces conocidos. Téngase en cuenta que, como ahora, pero más si cabe en los tiempos prehistóricos, los grupos y sociedades que han poblado un territorio se han visto condicionados por el medio físico, que ha determinado una relación de interdependencia y adaptación en su explotación. De ahí el papel determinante que han ejercido los cursos de agua, los suelos, la orografía, el clima y la vegetación, en la ocupación humana y en la explotación de los recursos naturales. 1. Empleamos este término porque es el único que engloba a los habitantes de la Tierra de Ciudad Rodrigo, a pesar de ser conscientes del anacronismo que supone en etapas anteriores a la repoblación del territorio en la segunda mitad del siglo XII. 64 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO 2. EL PALEOLÍTICO INFERIOR La presencia humana más antigua en la Tierra de Ciudad Rodrigo se remonta al Paleolítico inferior, hace algunos cientos de miles de años, probablemente desde el interglacial Mindel-Riss (300.000 a 200.000 años) hasta los inicios de la glaciación Würm (100.000 años). Los restos materiales localizados se corresponden a objetos de piedra tallada –industria achelense–, ligados a poblaciones de Homo erectus. La presencia de este homínido está bien atestiguada en el interior peninsular ibérico. Los restos óseos documentados en la sierra burgalesa de Atapuerca se ven complementados por multitud de hallazgos de yacimientos con industria lítica, principalmente en las proximidades de los cursos de agua (Santonja 2001). Los hallazgos se multiplican también por la cuenca del Duero (Martín Benito, 2000). En los valles meridionales destacan los hallazgos de industrias achelenses del Tormes, Trabancos, Zapardiel, Huebra, Yeltes y Águeda. El establecimiento de estos grupos humanos en torno a estos valles estuvo condicionado tanto por la presencia de agua como por materia prima (cuarcita) para la elaboración de los útiles de piedra. Los ríos y otros cursos de agua resultan determinantes en la economía de caza paleolítica, por ser lugares frecuentados por las especies animales. Bien es cierto que lo único que ha llegado a nosotros son los artefactos líticos y que, en la mayor parte de los casos, se encuentran desplazados de su posición primaria, por alteraciones geomorfológicas fruto de los arrastres y avenidas fluviales. Las industrias, por lo general, y salvo algunos casos excepcionales –como El Basalito en el valle del Yeltes–, presentan un aspecto más o menos rodado. No obstante, estos hallazgos documentan no solo la presencia humana inferopaleolítica, sino también nos informan de la evolución tecnológica del trabajo de la piedra y del proceso de fabricación del utillaje. 2.1. LA MATERIA PRIMA DE LOS ÚTILES DE PIEDRA Las industrias líticas están fabricadas en rocas duras: cuarcita y cuarzo, abundantes en forma de cantos rodados o placas en los márgenes de los ríos de la Fosa de Ciudad Rodrigo y que proceden, a su vez, de los bloques cuarcíticos de la Sierra de Francia, desgajados del área madre y arrastrados por la intensa acción erosiva en las eras Terciaria y Cuaternaria. 65 PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Los útiles están fabricados sobre canto rodado o lasca mediante el uso de la percusión dura2, en ocasiones blanda3. Los útiles más característicos son los bifaces, los hendidores, triedros y cantos tallados; todos ellos se integran dentro del tecnocomplejo conocido como Achelense europeo. 2.1. DISPERSIÓN Y EVOLUCIÓN FOSA DE CIUDAD RODRIGO TECNOLÓGICA DEL ACHELENSE EN LA En base al empleo de la percusión dura y blanda, así como en el acabado y desbastado de las piezas, podemos establecer una secuencia evolutiva en las industrias achelenses localizadas en la Fosa de Ciudad Rodrigo (valles de los ríos Huebra, Yeltes y Águeda, principalmente). Atendido a criterios tecnológicos, distinguimos entre Achelense antiguo, medio y superior (Martín Benito, 1991-92). Desde el punto de vista técnico las industrias más arcaicas estarán en Mesa Grande y El Lombo (Castraz de Yeltes) (Martín Benito y Benito Álvarez, 1986 y 1987). Los útiles están fabricados con percusión dura y presentan una escasa regularización del filo, con escasa retalla, conservando amplias zonas de la corteza natural del canto. En la industria de Pedrotello (Ciudad Rodrigo), localizada en la terraza situada a +40 m. sobre el Águeda, la regularización es escasa y los filos sinuosos (Martín Benito, 1984). Industrias más evolucionadas son las del Teso de San Francisco (Ciudad Rodrigo), situada en la terraza a +40 m (Martín Benito, 1985) (fig. 1) y La Vide (Muñoz) (Jiménez González, 1987), en los valles del Águeda y Huebra, respectivamente. En el Teso de San Francisco hay un ligero aumento de la percusión blanda y los bifaces presentan un mayor grado de acabado que las industrias citadas. Más evolucionadas, y adscritas a un Achelense medio, son las industrias de Cantarinillas y Rodillo de las Uvas (Ciudad Rodrigo) (Martín Benito, 2000), 2. Esto es, empleando como percutor una piedra para golpear y tallar el canto que ha de transformarse en uten­ silio. 3. El percutor es en este caso un trozo de madera, de asta o hueso. Los golpes dan como resultado unos negativos de lascas menos profundos y más alargados que los originados por el percutor duro. El resultado de la percu­ sión blanda da piezas con filos más regularizados y menos sinuosos que los producidos generalmente por la percusión de piedra. 66 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 1. Bifaz del Teso de San Francisco (Ciudad Rodrigo). Dibujo de J. M. Benito Álvarez. halladas en la terraza situada a +30 m. sobre el Águeda. También las de Rincón (Jiménez, Martín y Benito 1987) y, acaso, Las Quintas (San Muñoz) en el valle del Huebra (Jiménez González, 1987). Son conjuntos con mayor desarrollo técnico que los ya citados. Frente a un 30 % de la regularización en aquellos, ahora se ronda el 60 % y la percusión blanda alcanza en torno al 15 % de los bifaces. Los cortes son menos sinuosos y aumentan las raederas. En el desbastado adquiere importancia el organizado, con extracciones centrípetas y plano de percusión preparado periféricamente, haciendo acto de presencia también la técnica levallois4. 4. La técnica levallois consiste en extraer lascas de un núcleo habiendo planeado su morfología y tamaño antes de la extracción. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Fig. 2. Bifaces de “El Basalito”, Castraz de Yeltes. Dibujo de J. M. Benito Álvarez. 67 68 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO La fase más evolucionada de la técnica de talla es el Achelense superior. Exponentes de ella son las industrias de Villares de Yeltes (Santonja 1981) y de El Basalito (Castraz de Yeltes) (Benito del Rey, 1977 y Martín Benito, 2000). En la excavación arqueológica que llevamos a cabo en el verano de 1987 junto con el profesor Luis Benito del Rey, pudimos constatar que la industria se encuentra estratificada, formando parte del techo de una terraza a +20 metros sobre el cauce actual del río Yeltes y de edad del Pleistoceno medio final o superior (fig. 2 a). En El Basalito más del 70 % de la industria está constituida por lascas, lo que parece sugerir que el yacimiento pudiera tratarse de un área de talla, tanto de cuarzo como de cuarcita. El tamaño de algunos bifaces invita a pensar que el aprovisionamiento de materia prima pueda proceder de los filones que afloran a unos 4-5 km al norte de la pequeña meseta donde se enclava El Basalito. Se empleó tanto la percusión dura como la blanda, pero esta última es la dominante en el acabado de las piezas. Los bifaces están intensamente regularizados en sus aristas, con un filo subrectilíneo y suelen ser de silueta simétrica (fig. 2 b). Coexisten aquí dos líneas de fabricación de bifaces: frente a un grupo de tamaño considerable (entre 11 y 20 cm), hay otros de tamaño mucho más pequeño (entre 5 y 10 cm). Están también presentes los hendidores, asociados también a la talla con percutor blando y a la regularización (Martín Benito, 2000). El estado fresco de las piezas hace pensar que la industria, se encuentra cercana a su lugar de origen, ya que no presenta signo de rodamiento. Otros lugares de la Tierra de Ciudad Rodrigo donde se han localizado útiles del Paleolítico inferior son: Saelices el Chico, Carpio de Azaba, Bocacara, Fuentes de Oñoro, Barquilla... 3. EL PALEOLÍTICO MEDIO La presencia de Paleolítico medio fue señalada por M. Santonja (1986 y 1997: 46-48) en las series I y II post-achelenses de Valgrande (La Puebla de Yeltes), en el área de confluencia de este arroyo con el río Yeltes. Se trataría a juicio del autor de un área de talla sobre la terraza situada a +8/10 metros sobre el río, en un contexto cronológico atribuible al Pleistoceno superior. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 69 El componente más destacado de la industria son los núcleos, resultado final de un proceso de extracción de lascas, soporte de los utensilios. En el desbastado se constata la preparación periférica y organizada para la obtención de lascas, así como la técnica levallois. De los útiles, los más característicos son las raederas. 4. EL PALEOLÍTICO SUPERIOR La investigación sobre lugares de ocupación durante el Paleolítico superior en la Meseta del Duero sigue estando hoy en una fase muy incipiente (Ripoll et alii, 1997), aunque se han ido haciendo notables estudios, como los llevados a cabo en el yacimiento segoviano de la Peña de Estebanvela de Ayllón (C. Cacho, 2013) o los sondeos y excavaciones en los abrigos del valle del Côa (Aubry, 2001). Fabián adscribe a esta etapa determinados materiales de “La Dehesa” en el Cerro del Berrueco (Fabián, 1984-1985). Es de esperar que las prospecciones en el entorno del yacimiento de arte rupestre de “Siega Verde”5, junto al Águeda, deparen algún enclave con potencia estratigráfica que pueda ser objeto de excavación arqueológica. De esta manera estaríamos en mejores condiciones de poder establecer una relación de las estaciones de arte rupestre con los sitios de habitación, como ocurre en el vecino valle del Côa. Parece que ambos valles, el Águeda y el Côa, junto con el Duero y otros alfuentes, funcionaron como auténticos corredores naturales por los grupos de cazadores-recolectores durante el Pleistoceno superior final. Las duras condiciones climáticas de la última glaciación würmiense fueron solventadas por la capacidad de adaptación al medio. Fue en estos valles marginales del Duero donde se dieron unos ecosistemas con diversidad biológica: ciervos, uros, caballos, cabras… animales que fueron observados y representados artísticamente en los paneles de rocas cercanos a los cursos de agua. 5. Yacimiento descubierto para la comunidad científica en 1988 por Manuel Santonja, entonces director del Museo de Salamanca. 70 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Los grupos cazadores-recolectores del Paleolítico superior vivieron a lo largo del curso del Águeda explotando los recursos del entorno, mediante la recolección de frutos silvestres o practicando actividades como la caza y la pesca. La presencia de las manifestaciones artísticas de arte parietal en “Siega Verde” (J.J. Alcolea y R. Balbín, 2006 y C. Vázquez y J. Angulo, 2019), “Arroyo de las Almas” en La Fregeneda (C. Vázquez y M. Reis, 2020) o la roca de “Redor do Porco” en Escalhão (A. M. Baptista y M. Reis, 2011), reflejan que el valle fue un lugar de ocupación a lo largo de su curso. En la estación de arte rupestre de Siega Verde se conocen 94 paneles con más de 500 motivos grabados al aire libre sobre plafones naturales de las rocas de esquisto que en paralelo jalonan la margen izquierda del Águeda a lo largo de 1,5 km, por los términos de Castillejo de Martín Viejo, Villar de la Yegua y Villar e Argañán. Mediante las técnicas del piqueteado y la incisión se grabaron los contornos de figuras de varias especies de animales: cérvidos, cápridos, bóvidos, équidos, junto a cánidos, felinos y otras especies (rinoceronte, megacero, bisonte). Hay también motivos no figurativos, como líneas y signos (Santonja, 1997: 52). Algunas figuras zoomorfas están intencionadamente superpuestas (fig. 3). La cronología va desde el Solutrense superior al Magdaleniense inferior, esto es entre 18.000 y 11.800 años antes del presente. Los paralelos más comunes de estas figuras se localizan en el Douro portugués (Mazouco), en Vila Nova de Foz Côa y en la estación rupestre de Domingo García (Segovia). Otro de los yacimientos del Águeda es el del Arroyo de las Almas (La Fregeneda)6, en la confluencia con el Duero. El conjunto rupestre presenta en torno a 600 motivos con una amplia secuencia cultural que va desde el Paleolítico superior hasta nuestros días. Se identifican como motivos paleolíticos 21 motivos grabados por incisión sobre pizarra y esquistos, compuestos por 13 figuras de animales –cérvidos, cápridos y équidos–, 7 signos y un motivo indeterminado. Vázquez y Reis atribuyen su cronología a dos fases diferentes: una correspondiente al Magdaleniense antiguo y reciente, entre 17.000 y 13.000 BP y una fase II, que iría desde finales del Tardiglaciar hasta el temprano Holoceno, con una cronología entre los 13.000/12.000 BP y 9.000 BP. 6. Descubierto en septiembre de 2015 por Carlos Vázquez y Mário Reis. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 71 Fig. 3. Grabados paleolíticos de “Siega Verde”. 5. EL NEOLÍTICO Y EL MEGALITISMO En torno al IX milenio antes de nuestra era comenzaron a experimentarse cambios en los modos de vida. En paralelo a las actividades de caza, pesca y recolección o economía depredadora, los grupos humanos empezaron a producir sus propios alimentos, cultivando cereales y seleccionando el ganado. El paso a una economía productora impulsó el aumento demográfico a la par tendió a la sedentarización del hábitat. Todo ello fue acompañado de innovaciones tecnológicas: aparición de la cerámica, del telar y del pulimento de la piedra. Este conjunto de cambios se conoce como la revolución neolítica (G. Childe, 1954). En la Península Ibérica estos cambios son mejor conocidos en la franja mediterránea, en el País Vasco y en la fachada atlántica portuguesa y gallega (P. López, 1988). En la Meseta, el Neolítico se documenta tanto en yacimientos 72 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO al aire libre como en hábitat en cuevas (Municio González, 1988). El Neolítico del interior peninsular arroja unas fechas de comienzos del VI milenio cal a. C. en el soriano valle de Ambrona; en La Atalaya de Muñopepe, los inicios de la ocupación neolítica se datan en la segunda mitad del V milenio cal a. C. (Guerra Doce et alii, 2012). En el área occidental cabe señalar, además del de Muñopepe, yacimientos como La Peña del Bardal en Diego Álvaro (Ávila), el Cerro del Berrueco (El Tejado, Salamanca), La Covacha (Valdesangil), El Tranco del Diablo (Béjar) (Santonja, 1991: 20 y 1997: 61) o La Corvera, en la sierra de Béjar. Una de las dataciones de este último yacimiento nos lleva a la primera mitad del V milenio a. C. (Fabián, 2006: 482). No conocemos por el momento ningún poblado neolítico en la Tierra de Ciudad Rodrigo, faltos como estamos de proyectos de investigación arqueológica, pero a buen seguro que la respuesta estará probablemente en las áreas próximas a los monumentos megalíticos que se esparcen por el conjunto del territorio en los valles del Águeda, Huebra, Yeltes y Camaces o, incluso, en la base de algunos de los poblados con cultura material clasificada como calcolítica. 5.1. EL MEGALITISMO Hacia el Neolítico final las comunidades occidentales y nórdicas europeas levantaron construcciones funerarias construidas con grandes lajas de piedra, de ahí el nombre de megalitos. Eran, por lo general, enterramientos colectivos. Dataciones radiocarbónicas en algunos dólmenes del cercano Portugal llevan estas construcciones en la península ibérica al principio de IV milenio a. C. (Oliveira Jorge, 1980: p. 63 y Arribas y Molina, 1984). Por lo que respecta a las dataciones en monumentos megalíticos de la Meseta del Duero, el de Los Zumacales de Simancas (Valladolid) –donde se recogieron restos de 14 individuos– arroja fechas de 3846-3756 y 3627-3550 cal a. C. (Santa Cruz, Villalobos y Delibes, 2020: 130). Estos sepulcros tuvieron un uso continuado durante varias generaciones. El de Los Zumacales se calcula que su utilización estaría entre 120 y 229 años (1σ) o entre 99 y 378 años (2σ), empezando entre 3846 y 3756 y finalizando entre 3627 y 3550 cal a. C. (Santa Cruz, Villalobos y Delibes, 2020: 139). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 73 Sin embargo, varias de estas tumbas volvieron a utilizarse como lugar de enterramiento, más allá del Neolítico final, en la época calcolítica. En el sepulcro de Simancas se obtuvieron también fechas de 3321- 2915 cal a. C. (Santa Cruz, Villalobos y Delibes, 2020: 143). La densidad de monumentos megalíticos en la Tierra de Ciudad Rodrigo y también en el resto de la provincia de Salamanca es considerable. A los trabajos de César Morán (1931, 1935 y 1939); Maluquer (1956), Leisner y Schubart (1964) o Delibes y Santonja (1986) hay que sumar nuevos hallazgos, como el del grupo de dólmenes de Casillas de Flores y diversos túmulos localizados en varios términos municipales (Inventario Arqueológico de Castilla y León. Provincia de Salamanca). Es probable que alguno de estos túmulos encierre en su interior estructuras megalíticas. Mar Gómez Nieto, en su inventario de 1992, describió el de Encina Grande (Ciudad Rodrigo) un túmulo de 10 x 5 m y una altura de 1,30 m “formado por tierra y piedras, alguna de grandes dimensiones que sobresale ligeramente”. Recientemente, José de Luis Francisco ha dado a conocer varios túmulos en la zona de Casillas de Flores y en la ribera del Azaba (2020). Estas estructuras funerarias están construidas utilizando la piedra del lugar: cuarcita, pizarra o granito. El tamaño de los ortostatos empleados en su construcción es variable. En algunos dólmenes como Los Castillos (Villa de Argañán) o la Huerta de las Ánimas (Fuenteguinaldo), algunos alcanzan y superan, incluso, los 3 metros de longitud; en otras ocasiones el tamaño es pequeño y apenas superan el metro, como sucede en Rabida I (Ciudad Rodrigo). Simplificando, los monumentos funerarios dolménicos de la Tierra civitatense pertenecen a dos tipos. La construcción más sencilla es la formada por lajas u ortostatos de piedra hincadas en el suelo, formando una cámara circular o poligonal, como ocurre en Pedrotoro (Ciudad Rodrigo). El tipo más extendido es el sepulcro de corredor; este está formado por dos paredes rectas paralelas, cuyas dimensiones varían: 10 m en el supuesto dolmen de Villavieja; 8 m en La Casa del Moro (Casillas de Flores); 6 m en Castillejo I (Martín de Yeltes) o 4,70 m en La Navalito (Lumbrales). El corredor se cubría con lanchas en posición horizontal. La cámara, dependiendo de su anchura, pudo cubrirse también con lajas horizontales, como se observa 74 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO en La Casa del Moro y en Malhada Sorda (cuenca portuguesa del Águeda), o por un sistema de falsa cúpula por aproximación de hiladas, sin descartar el uso de estructuras de cubierta vegetal, combinada con losetas, barros y ramas, para las cámaras de mayor diámetro, como ya advirtió C. Morán en el destruido dolmen de La Nava Cardosa en Sobradillo (Delibes y Santonja, 1986: 71). Y es que nos encontramos con cámaras de pequeñas dimensiones, como ocurre en Rabida I donde apenas se alcanza los 1,20 m de diámetro, y otras que llegan hasta los 4 m caso de Los Castillos de Hurtada (Villar de Argañán). Cámara y corredor se cubrían finalmente con un amontonamiento de piedra y tierra a modo de coraza: el túmulo. Algunos de estos, como en El Valle (Ciudad Rodrigo), estuvieron delimitados periféricamente por una línea de piedras –círculo peristálico–. Una variante megalítica son las cistas, estructuras de planta rectangular, de pequeño tamaño. Muy próximas al dolmen de Piedras Hincadas de El Valle (Ciudad Rodrigo) se conoce la existencia de dos (una ya desaparecida); la conservada, distante unos 25 m del dolmen, está integrada por 6 losas, más otra desplazada. En La Malena de El Bodón se cita la existencia de una cista (55 x 50 cm) formada por cuatro lajas hincadas (tres de pizarra y una de granito); la estructura aparece centrada respecto a una orla periférica circular formada por pequeñas lajas de pizarra, distante dos metros (Inventario arqueológico provincial). Diversos factores explican la localización de los dólmenes. Uno de ellos es la visibilidad. Los sepulcros megalíticos están levantados en lugares donde su monumentalidad llamase la atención, destacando sobre el paisaje circundante. Generalmente están en terrenos llano, en fondos de valles formados por arroyos o ríos, o en terrenos suavemente ondulados o en pequeñas lomas. Así los dólmenes de Rabida (Ciudad Rodrigo) se ubican en el fondo del valle del arroyo de La Atalaya; el de Piedras Hincadas (Ciudad Rodrigo) en la llanura de inundación del arroyo del Valle (fig. 4); los dólmenes de Castraz descansan en la vega de Sepúlveda o en la propia vega del Yeltes; el de La Navalito en una suave vaguada que baja hacia el río Camaces; en Fuenteguinaldo, en un lugar cercano al arroyo de las Huertas de las Ánimas (fig. 5). Más raro es que se encuentren en la ladera de un promontorio rocoso, como ocurre en Pedrotoro. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 75 El suelo y la hidrografía son también factores que condicionan el emplazamiento. Los monumentos se ligan, por lo general, a tierras llanas, en tierras de pastos o aptas para la agricultura (López Plaza, 1982: 1-2). La hidrografía es otro factor clave de ubicación, pues acostumbran a localizarse en el entorno de manantiales o cursos de agua. Cabe destacar también la concentración de algunos dólmenes, que llegan a formar pequeñas necrópolis, como ocurre en Rabida y Pedrotoro, en Sepúlveda o en el Prado de los Hitos de LumbralesLa Redonda (Maluquer, 1956: 71). Fig. 4. Dolmen del Valle, en Ciudad Rodrigo. 76 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 5. Dolmen de La Huerta de las Ánimas, en Fuenteguinaldo. En el ritual funerario de enterramiento parece que se practicó la inhumación en el interior de la cámara, si bien la acidez del suelo no ha deparado el hallazgo de materia orgánica, con raras excepciones, como en el sepulcro de La Terroña, próximo a la ermita de Sepúlveda (Morán, 1931: 35), como ocurre también en otros dólmenes salmantinos, caso de Los Torrejones I de Robliza de Cojos, El Castillo de Castro Enríquez (Aldehuela de la Bóveda) o la el Teriñuelo de Salvatierra o la Ermita de Galisancho (Santonja, 1997: 74). Junto a los cadáveres se depositaron ofrendas de diverso tipo. Entre las que se han conservado están objetos de piedra, tales como hachas pulidas, microlitos geométricos, puntas de flecha, cuchillos de sílex, prismas de cuarzo… (fig. 6); objetos de adorno como collares, brazaletes, colgantes, así como recipientes cerámicos: platos, cuencos… La presencia de industria lítica tallada en sílex revela la circulación de este material, procedente de zonas foráneas al territorio. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Fig. 6. Ajuar procedente del dolmen del Valle (Ciudad Rodrigo). Dibujo de José Manuel Benito Álvarez. 77 78 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO La utilización colectiva de los sepulcros fue continua durante largos periodos de tiempo, como demuestra el hallazgo de un hacha plana de cobre en Rabida II y una punta de Palmela y un punzón de cobre en La Casa del Moro de Casillas de Flores (Palomino, 2020). Cabe ahora preguntarse por las comunidades que erigieron estos panteones, sus lugares de hábitat y modos de vida. Futuras investigaciones deberán relacionar los poblados con los lugares de enterramiento. Por lo que respecta a las actividades económicas de los grupos megalíticos, se ha venido admitiendo su dedicación a prácticas agrícolas y de pastoreo, en torno a las tierras fértiles de los valles; la práctica de la agricultura queda atestiguada por la presencia en poblados y tumbas de molinos de mano destinados a machar el grano, así como por la presencia de pequeñas piezas de sílex denticuladas, que engarzadas en mangos formarían hoces. La actividad cinegética es rastreable por los microlitos y puntas de flecha de sílex o cuarzo. 6. LA EDAD DE LOS METALES: EL CALCOLÍTICO La época calcolítica se documenta en la península ibérica desde inicios del III milenio a. C., con dos importantes focos: el de las culturas de la desembocadura del Tajo, en Vila Nova de São Pedro y Zambujal (Torres Vedras) (Paço, 1964; Schubart, 1971) y el del sureste peninsular, en Los Millares (Almería) (Almagro y Arribas, 1963). En la Meseta norte, el poblado de Las Pozas (Casaseca de las Chanas, Zamora) arroja cronologías desde mediados del III milenio hasta el 2125 a. C., con varios momentos de ocupación que reflejan estructuras de habitación superpuestas. Las excavaciones de Delibes y del Val documentan restos óseos, exponentes de una ganadería principalmente de vacuno, de la cría de cerdos y la existencia de ovejas, cabras y caballos. La actividad cinegética queda demostrada por la presencia de fauna salvaje como conejo, liebre, jabalí, corzo, ciervo, lince y gato montés, entre otros (Delibes y del Val, 1990). La cultura material de este poblado zamorano es similar a los objetos recogidos en los dólmenes de la provincia de Salamanca. La costumbre de enterrar a los muertos en estos sepulcros megalíticos continuó en el inicio de la Edad de los Metales, como lo atestigua el hacha de cobre hallada en Rabida II, un alambre de este metal en el dolmen de La Terroña de Sepúlveda (Morán, 1931: 34-36; Delibes y Santonja, 1986: 44) y PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 79 la punta de Palmela y el punzón de cobre de La Casa del Moro de Casillas de Flores hallados en las excavaciones de 2020. Desconocemos por el momento si se trataba de una metalurgia local o de importación, pero está atestiguada la existencia de talleres locales meseteños, como se desprende por el hallazgo de crisoles en los poblados zamoranos de Las Pozas (Casaseca de las Chanas, Zamora), La Alameda (Peleagonzalo) y Villardondiego o de un vaso cerámico con adherencias de cobre en Las Cañamonas de San Cristóbal de Entreviñas (Delibes y del Val, 1990). En la Tierra de Ciudad Rodrigo conocemos algunos poblados calcolíticos, que se localizan tanto en altura como en zonas amesetadas, por lo general delimitados por cauces de agua, interfluvios de ríos o arroyos. Los enclavados en alto no suelen tener más de 2 Ha de extensión. Los escarpes de los cerros suelen contribuir a la defensa, denotando un carácter castreño. En varios de ellos el carácter defensivo viene dado por la orografía del emplazamiento en sí, como ocurre en El Sierro Grande de La Encina, La Calera de Pastores o en El Picón del Rey en Cerralbo. Otros poblados con materiales calcolíticos localizados en tesos o cerros son La Zamarreña (Aldea del Obispo), el Teso de la Zarzera y Teso Ventosa (Bañobárez) y el Alto del Espía (Cerralbo). El Sierro Grande es un promontorio formado por pizarras y grauvacas que domina toda la llanura de la depresión del suroeste de Ciudad Rodrigo; el cerro está cortado por los arroyos del Zarzoso y Melimbrazo, con pronunciados escarpes. De orografía similar es el cercano cerro de La Calera. Por su parte, el Picón del Rey es un berrocal granítico situado en la margen izquierda del río Huebra, flanqueado por el arroyo del Vasito. Otros enclaves, donde se han localizado materiales arqueológicos de filiación calcolítica, aparecen reforzados con una muralla, caso del Cerro de San Jorge (Olmedo de Camaces); se trata de un emplazamiento tipo castro, situado entre los ríos Camaces y Huebra, sobre terrenos de pizarras negras, con intercalaciones de cuarcita. La defensa natural de los escarpes se ve reforzada por un lienzo de muralla de mampostería con dos bastiones derrumbados. Los materiales localizados fijan una cronología calcolítica y bronce antiguo: puntas de flecha, dos puntas de cobre, cerámica a mano, con decoración incisa en líneas paralelas, espigas, cordones aplicados, carenas, digitaciones a peine, impresiones a punzón… (Inventario arqueológico provincial) 80 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Muralla también presentan El Castillo de Herguijuela, entre el Águeda y el arroyo de Navacervera, o Los Castillos de Villar de la Yegua, pero en estos dos casos la falta de investigación arqueológica impide determinar la fase de construcción de la cerca, toda vez que la ocupación se extiende hasta la Edad del Hierro. Para determinar la filiación cultural, la investigación debería extenderse también a otros enclaves como el de la Sierra del Carazo (Serradilla del Arroyo), imponente promontorio a una altitud de 1.119 m que domina las cuencas del Águeda y del Yeltes. El yacimiento presenta dos líneas de muralla concéntrica, en torno a los elevados canchales cuarcíticos. Las cercas buscan los canchales y se interrumpen al conectar con ellos (Martín Benito y Martín Benito, 1994: 95). Cerámica a mano y un fragmento de hacha pulimentada constan en los hallazgos de la prospección de López Plaza de 1998 en el Pozo de los Moros de Villasrubias, un hábitat elevado cuya cumbre alcanza los 1.218 m con varias fases de ocupaciones desde la prehistoria reciente hasta la Edad del Hierro y época romana (Berrocal-Rangel, 2018: 22-28). Otros emplazamientos se sitúan en cerros y lomas menos pronunciadas, como el cerro de Las Cortinas de la Iglesia (Cerralbo), un teso poco destacado sobre el arroyo del Vasito; La Fuente Rebolla (Hinojosa de Duero) se localiza en una meseta conformada por el interfluvio de los arroyos Juan Rey y Los Siete Racimos. De orografía más suave es el yacimiento de La Giera (Ciudad Rodrigo), que descansa en una antigua terraza del Águeda, a unos 60 m sobre el nivel actual del río, estando delimitado por sus vertientes occidental y oriental por los arroyos de San Miguel y del Soto de la Fresnera. La información de la que disponemos procede en su mayor parte de hallazgos en superficie y de prospecciones más o menos sistemáticas encaminadas a la realización del inventario arqueológico provincial, pero adolecemos de proyectos de investigación sistemática sobre este horizonte cultural para conocer mejor su evolución posterior (Edad del Bronce). Por los materiales hallados sabemos que el Picón del Rey estuvo ocupado desde el Calcolítico precampaniforme hasta el Bronce Final (fase Cogotas I). Entre los materiales arqueológicos destacan las puntas de flecha de sílex de tipología diversa (base cóncava, triangular, foliácea, losángica, pedúnculo simple); hay también elementos de hoz y cuchillos de hoja de sílex, junto a hachas pulimentadas, percutores, pesas de telar y algún adorno (colgante); en la vajilla cerámica dominan las formas esféricas y semiesféricas, con deco- PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 81 raciones incisas cortas y triángulos punteados. En una covacha del yacimiento fue hallado casualmente un enterramiento múltiple de cuatro individuos, tres cremados y uno inhumado. Junto a los restos óseos aparecieron varias puntas de flecha, cuentas de collar, una lezna de cobre, láminas de sílex y cerámica diversa, materiales muy similares a los hallados en el poblado y en los dólmenes de la región (Inventario Arqueológico Provincial; Fabián García, 1995: 111). En El Sierro Grande (La Encina) son abundantes las piezas pulimentadas (hachas y azuelas), así como las puntas de flecha (fig. 7). Estas últimas están fabricadas por lo general en cuarzo, aunque hay alguna en sílex. Tipológicamente son de silueta foliácea en su mayor parte. Las hay también triangulares y losángicas. Entre el material lítico hay piezas de silueta oval con depresiones centrales o cavidades piqueteadas en una o en ambas caras. Completan la industria lítica alisadores para la cerámica –estecas– y piezas martilleadas de cuarzo, de dudosa interpretación, aunque pudieron servir de machacadores. Se hallaron también molinos de mano. La cerámica se presenta muy fragmentada, fabricada a mano y con fuero reductor. Hay algunas decoraciones incisas que dibujan motivos rellenos de triángulos punteados, como en El Picón del Rey. En barro fueron también fabricadas pesas de telar con una o dos perforaciones que terminan en extremos cuadrados o curvilíneos. La presencia de “pellas” o fragmentos de barro con improntas vegetales nos informa de las técnicas constructivas en las viviendas del poblado, como ocurre frecuentemente en otros enclaves calcolíticos de la Meseta Norte (Fonseca de la Torre 2015: 6). En otros poblados no hay una preocupación por la defensa, como sucede en La Giera (Ciudad Rodrigo), típico yacimiento en llanura. El conjunto lítico, se emparenta con el del Sierro Grande: hachas pulimentadas, molinos de manos, molenderas, alguna pesa de pizarra y una hoja de sílex. Entre los fragmentos cerámicos hay alguna con decoración de ungulaciones, como se registra también en el Teso Ventosa de Bañobárez o en La Molinera de Cerralbo. Por contra, no se ha recogido ninguna punta de flecha, lo que puede ser debido a la utilización del terreno como pastizal, lo que dificulta la prospección arqueológica. Muy probablemente buena parte de estos poblados de la Edad del Cobre civitatense continuaron ocupados en épocas posteriores, como suele ser 82 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 7. Puntas de flecha y cerámica de “El Sierro” (La Encina). Dibujo de J. M. Benito Álvarez. habitual en el Calcolítico de la Meseta, donde la potencia estratigráfica ha revelado un carácter prolongado y permanente de las ocupaciones, confirmándose así el proceso de sedentarización. El tipo castreño de buena parte de estos poblados es probable que atravesara la Edad del Bronce y llegaran PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 83 hasta la Edad del Hierro, cuando se produce la plena sedentarización de los grupos humanos (Rodríguez Hernández, 2019). Una muestra de ello podría ser El Castillo de Herguijuela de Ciudad Rodrigo, en donde es probable que en algún momento entre mediados del III milenio a. C. y el I milenio a. C. el poblado se fortificara con una muralla defensiva. 7. ARTE RUPESTRE ESQUEMÁTICO Desde finales del Neolítico hasta la Edad del Hierro tiene lugar en la península ibérica un arte parietal rupestre, en el que las figuras adoptan formas esquemáticas. Las técnicas de representación van de la pintura al grabado. Los abrigos con pintura rupestre esquemática suelen estar en zonas agrestes, en abrigos o canchales situados en zonas cercanas a cursos de agua. Los temas representados son variados, siendo los más comunes los antropomorfos y, en menor media, los zoomorfos. La figura humana viene determinada por simples trazos que representan de manera muy esquemática la cabeza, el cuerpo y las extremidades. Son figuras realizadas a tinta plana y casi siempre monócromas. Los colores más utilizados fueron el rojo y ocre, aunque también se usó el blanco y el negro. En el suroeste de la Meseta norte destacan las estaciones con pintura rupestre esquemática de la Sierra de Francia, en los valles de Las Batuecas, de las Esposadas y Belén. Otras se localizan en la Sierra del Cabril-Castillo, valle del Lera, Sierra de las Quilamas y Sierra del Zarzoso, mientras que en Las Arribes del Duero se localiza el abrigo de La Palla Rubia (Pereña). En cuanto a la tierra de Ciudad Rodrigo, es conocida la presencia de pintura rupestre esquemática en la Sierra Peronilla, en el canchal del Bonete del Cura (Pedrotoro, Ciudad Rodrigo). También en las rocas cuarcíticas de la finca de San Miguel de Caldillas (Ciudad Rodrigo) localizamos en su día una figura antropomorfa. El canchal del Bonete del Cura es un crestón de cuarcitas que domina el encajamiento del arroyo de La Atalaya (fig. 8 a). Se encuentra muy próximo a los dólmenes de Rabida y Pedrotoro. No es descartable que la ejecución de las pinturas sea coetánea en algún momento a la utilización de los megalitos. Recordemos que al menos el sepulcro de Rabida II se utilizó en el 84 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Calcolítico, como lo revela el hallazgo de un hacha de cobre. Entre otros motivos, el panel pictórico presenta un antropomorfo de brazos en arco con uno o tres subtriángulos en su parte inferior, contorneados de pasta blanca. El color blanco se utiliza para señalar o resaltar detalles de otras figuras en rojo, como la parte superior de un antropomorfo, indicando, posiblemente, la representación de un adorno o penacho de plumas (Bécares et alii, 1980). Figuras con posibles tocados de plumas están presentes en varios abrigos serranos salmantinos de La Alberca, Valero o Herguijuela de la Sierra (Bécares, 1974: Grande del Río, 1987; Breuil, 1933-35) y también en la pintura levantina (Jordá, 1971). La técnica de combinar dos colores –rojo y blanco– se empleó también en los abrigos con pintura rupestre esquemática de la Umbría de las Torres, Los Acerones, Covacho del Pallón (La Alberca), Canchal de las Barras (Herguijuela de la Sierra), Cuenca del Rayo y Hoyita de Coscorrón I (Valero) (Bécares, 1991: 75). Otro de los motivos a destacar son el grupo de arboriformes realizados en rojo y rodeados de figuras antropomorfas masculinas (fig. 8 b). Difícilmente se comprende la significación de este conjunto pictórico rupestre, sin descartar para el abrigo un carácter cultual de santuario, apoyado en el contexto arqueológico-funerario de la proximidad a la pequeña necrópolis de Rabida-Pedrotoro. Otro de los abrigos con pintura rupestre esquemática en la Tierra de Ciudad Rodrigo es el de La Malgarrida en Hinojosa de Duero, en una pared granítica vertical en la margen del río Huebra. El conjunto se compone de dos paneles: uno en donde se pintaron tres figuras humanas y otro con representaciones de motivos indeterminados; todo pintado con color rojo claro. En los antropomorfos, realizados con trazo estrecho, se distinguen cabeza y extremidades. El inventario arqueológico provincial los describe así: “uno de ellos porta un instrumento alargado en la mano derecha, mientras que otro presenta un falo como prolongación del tronco; se puede intuir en alguno un posible tocado. Los motivos que se han distinguido se encuentran bastante juntos, con las figuras unas por encima de otras, mientras que en el panel aledaño se advierten otros motivos, poco precisables por su estado de conservación”. Los paralelos espaciales más próximos son las pinturas de La Palla Rubia de Pereña, a orillas del río Uces, frente al Pozo de los Humos, en las Arribes del Duero (Morán, 1933). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Fig. 8. Canchal (a) y panel con pintura esquemática (b) del “Bonete del Cura”, en Pedrotoro (Ciudad Rodrigo). 85 86 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Si las pinturas anteriormente señaladas podrían establecerse en un amplio periodo temporal (finales del Neolítico –Calcolítico– Edad del Bronce), otro tipo de representaciones rupestres –en este caso grabados– estarían también dentro de un horizonte Calcolítico-Bronce Antiguo. En el Prao Campillo de El Bodón, en la orilla derecha de la Majada Honda, se han localizado seis paneles con grabados rupestres sobre pizarra, con motivos incisos y, más raramente, piqueteados. En el panel nº 4 destaca la presencia de un antropomorfo; se ha descrito “una figura esquemática con un tronco rectangular sobre el que se esbozan los rasgos faciales, el pelo erizado y los brazos en jarra rematados con trazos a modo de dedos muy simples” (Inventario arqueológ,ico provincial). Estas figuras parecen entroncar con el grupo de grabados de Las Hurdes (Sevillano, 1991). En La Pata del Moro de Villar de la Yegua, Manuel Santonja localizó algunos grabados: “dos huellas de pie, una posible espada y un cuarto motivo impreciso”, atribuidos al Bronce Medio (Inventario arqueológico provincial). 8. LA EDAD DEL BRONCE El avance de la metalurgia y la aleación de cobre + estaño =bronce, dio nombre a una nueva edad prehistórica que, en Europa, se ha dividido tradicionalmente en tres periodos: Bronce Antiguo (1800-1500 a. C.); Bronce Medio (1500 a 1200 a. C.) y Bronce Final (1200 a 700 a. C.), aproximadamente. Otras divisiones prefieren hablar de Bronce I, Bronce II y Bronce III. El Bronce Antiguo coincide en el Mediterráneo oriental con el periodo Minoico de la isla de Creta, mientras que en el mediterráneo occidental, en el sureste de la península ibérica florece la cultura de El Argar (Almería) (Blance, 1964; Schubart, 1975); en la zona del Levante se desarrolla el Bronce Valenciano (Hernández Alcaraz y Hernández Pérez, 2004) y en el SO el denominado horizonte de Ferradeira (Schubart, 1971). En La Mancha tendríamos la cultura de las Motillas (Gilman et alii, 2001). Tanto el Bronce Valenciano como la cultura de Las Motillas, pese a su personalidad, no dejarían de presentar similitudes con la cultural de El Argar (Fernández Moreno, 2013). En cuanto a la Meseta norte, se ha señalado la pervivencia de la cultura eneolítica o calcolítica del vaso campaniforme tipo Ciempozuelos bien entrado el II milenio a. C. Diversas revisiones sobre la secuencia general de PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 87 la Edad del Bronce vinieron a establecer tres etapas: la Inicial (del 1400 al 1300 a. C.), la Plena (1300 al 1000 a. C.) y la Final (del 1000 al 800 a. C.) (Fernández-Posse, 1986; 1986-1987). La etapa inicial, también denominada Protocogotas, se correspondería a un momento pleno del Bronce medio clásico, donde se observa la tradición campaniforme anterior en motivos y técnicas, en cerámicas decoradas con líneas incisas –con trazos en espiga o zig-zag–, a las que se asocian también técnicas de boquique y excisión, que anunciarían el horizonte o fase de Cogotas I o etapa final del Bronce. Los poblados Protocogotas muestran predilección por lugares elevados, como en La Plaza de Cogeces del Monte (Valladolid) (Delibes y Fernández Manzano, 1981), aunque también se detectan ocupaciones en cueva (Arevalillo, Segovia) (Fernández-Posse, 1981) o poblados en llano como el de Puente Viejo, en Ávila (González-Tablas Sastre, 1984-1985). Entre los poblados de Protocogotas y Cogotas I tenemos, en la cuenca del Tormes salmantina, el Teso del Cuerno de Forfoleda (Martín Benito y Jiménez González, 2003). Se ubica en un espigón fluvial, entre el arroyo Valdunciel y la ribera de Cañedo, en una plataforma llana, alzada sobre el fondo del valle. El poblado es un fiel exponente de los inicios y desarrollo del mundo de Cogotas I, si bien la ocupación del lugar es anterior, como señalan los análisis radiocarbónicos. Las muestras de tierra analizadas por el Departamento de Química Analítica de la Universidad de Barcelona depararon una edad de 5910 +- 60 BP (hoyo 64) y de 2870 +-60 BP (hoyo 55) y de esto es aproximadamente y 3900 a. C. Otra muestra, analizada por el laboratorio Beta Analytic de Miami (florida, USA), deparó una cronología de 3210 BP, esto es 1200 a. C. El modo de vida de sus habitantes descansó en la agricultura y ganadería, principalmente. La actividad agrícola viene determinada por el hallazgo de los molinos de mano, así como los elementos de hoz, mientras que la ganadería queda avadala por los restos óseos de ovicápridos y de bos taurus. La caza fue también una actividad complementaria, como lo revelan los restos óseos de cervus elaphus. La presencia de la metalurgia se desprende del hallazgo de un molde de fundición en arenisca para fabricar una barrita ¿lezna? En el Teso del Cuerno domina la cerámica común, con paredes gruesas. Los vasos con decoración están mejor acabados, con superficies alisadas y paredes más finas. En las técnicas decorativas se utilizó la incisión, el cosido 88 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO y la impresión y entre los motivos cabe señalar el zig-zag y el espigado, así como las retículas, guirnaldas, dientes de lobo rellenos, etc. En las formas predominan los cuencos hemiesféricos, las cazuelas o fuentes carenadas, los vasos globulares y los pucheros. Otros recipientes son las ollas, jarras y queseras. En el utillaje lítico se trabajó la piedra local (cuarcita, cuarzo y arenisca) como la alóctona (sílex). Hay piedras martilleadas, lascas, cantos tallados, elementos de hoz. Comunes son los molinos de mano en arenisca dura, planos y barquiformes. En piedra hay también algún elemento de adorno (colgante) y alisadores para la cerámica. Otro poblado en relieve amesetado es La Mesa del Carpio (Villagonzalo), con un amplio dominio visual sobre el valle del Tormes, donde tuvo lugar un asentamiento prolongado. A las cerámicas propias de Cogotas I se unen aquí elementos de hoz, alisadores de esquisto e industria en cuarcita; hay también elementos metálicos: alguna lezna y un hacha metálica (cobre o bronce) (Santonja, 1997: 117-118) y puñales de remaches de bronce (Cruz Sánchez, 1997). El emplazamiento del yacimiento de Forfoleda, sobre un altozano en la llanura de la Baja Armuña, contrasta con el de Cancho Enamorado, en el Cerro del Berrueco (El Tejado), un promontorio granítico suya cumbre se eleva a 1.354 m, un monte isla que se presta a la fácil defensa. Sus gentes habitaron viviendas de planta rectangular con pavimiento de barro endurecido y paredes de barro y ramas sobre zócalo de piedras. El lugar estuvo ocupado de manera prolongada desde la Edad del Bronce a la primera Edad del Hierro (Maluquer 1954), pero, si bien su actividad se desarrolla sobre todo en el horizonte de Cogotas I o Bronce Final (siglos XII al VIII a. C.), hay cerámicas que se corresponde con la fase Protocogotas (Santonja 1997: 110). La ocupación humana del Cerro del Berrueco es, no obstante, anterior, como revela el poblado calcolítico de “La Mariselva” (Maluquer, 1952: 17-28). Pocos datos tenemos sobre las fases Protocogotas y Cogotas I en la tierra de Ciudad Rodrigo, sin duda por la falta de investigación. No obstante es muy posible que algunos poblados de la Edad del Hierro pudieran haber estado ocupados en épocas anteriores. El hallazgo de sendos ídolos-estela en Ciudad Rodrigo y en Lerilla (Zamarra), tradicionalmente ligados al Bronce medio, avalaría esta hipótesis (Martín Benito y Martín Benito, 1994: 103). Asimismo, en el Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores), un castro de la Edad del Hierro situado en la margen derecha del río Huebra, la PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 89 cerámica presenta motivos arcaicos vinculados a Cogotas I, por lo que se ha apuntado que el origen del poblado pueda estar en Bronce Final e, incluso, en el Calcolítico (Martín Valls, 1971: 137). La investigación sobre la ocupación de hábitats castreños durante la Edad del Bronce podría centrarse en yacimientos como El Castillo de Herguijuela, donde se han localizado materiales que sitúan la cronología desde el Calcolítico hasta el Hierro I o en El Lombo del Castillo, en San Felices de los Gallegos, otro emplazamiento para el que se apunta una ocupación entre el Bronce antiguo y la Edad del Hierro. Ambos lugares son eminentemente defensivos, por sus abruptas pendientes en interfluvios formados por el río Águeda con arroyos tributarios. En el caso del Lombo del Castillo la defensa se refuerza en el flanco norte por un amurallamiento de piedras graníticas (Inventario arqueológico provincial). 8.1. HALLAZGOS METÁLICOS El Bronce final fue una etapa en la que la metalurgia experimentó un avance considerable. Hachas, espadas y puñales, aún dentro de su escasez, son quizás los objetos más característicos en la península ibérica. Se trata de una metalurgia autóctona, como lo pone de relieve el hallazgo de moldes de fundición. En este periodo aparecen unos instrumentos que pronto se generalizarán: las hachas de talón. Estos objetos son similares a los de otras regiones atlánticas europeas como Bretaña o las islas británicas. Las hachas de talón son bastante representativas en todo el cuadrante noroccidental, desde Galicia hasta la Meseta. En el territorio de actual provincia salmantina se constata la existencia de talleres locales de fundición y fabricación de hachas de talón de bronce. No son muy comunes los hallazgos de moldes de fundición de hachas de talón. En la península ibérica se conocen en San Martiño de Cotá (Friol, Lugo); Región de los Oscos (Asturias); Nª Senhora da Guia (Baiões, Viseu); Vila Boa (Castro Daire, Viseu); La Macolla (Linares de Riofrío, Salamanca) y Vitoria. De La Macolla (Linares), un lugar cercano a la Tierra de Ciudad Rodrigo, proceden dos moldes (Morán, 1938: 112; 1941; 1946: 43-44 y Maluquer, 1956: 23). El tipo de hachas de Linares es el más frecuente de los hallados en la Meseta norte, pero algunos detalles le vinculan con la metalurgia de la región del centro norte de Portugal, concretamente en la zona de Viseu (García-Vuelta et alii, 2014: 117 y 133). 90 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Los moldes de Linares arrojarían el vaciado, mediante la fundición a la cera perdida, de sendas hachas de talón entre 22 y 24 cm de longitud y una anchura máxima entre 6,1 cm y 6,6 cm, respectivamente. Ambas llevan dos anillas laterales y un filo abierto y curvo. Los estudios arqueométricos realizados encuadran estos moldes en la tradición metalúrgica del Bronce final ibérico del cuadrante noroccidental, que fabrica objetos con aleaciones de bronce binarias, con un alto porcentaje de estaño (García-Vuelta, 2014: 129; Galán, García-Vuelta y Montero-Ruiz, 2016: 62-64 y 315-317). La presencia de moldes de fundición en la región de Viseu y en Linares de Riofrío, territorios situados al oeste y este de la Tierra de Ciudad Rodrigo, son exponentes de una actividad metalúrgica que debió estar presente en toda esta parte del centro oeste peninsular, como atestiguan también los hallazgos de instrumentos ya realizados en Peñaranda de Bracamonte (Fernández Manzano 1986: 25), Santibáñez de la Sierra (Morán, 1938: 42), Los Santos (Herrán, 2008: 126), El Tejado (Fernández Manzano 1986: 26), Fuenteliante (Fernández Manzano, 1986: 25) (fig. 9), Peñaparda (Maluquer, 1956: 91), Villar de la Yegua (Inventario arqueológico provincial) y Descargamaría (Maluquer, 1958: 80 y Monteagudo, 1977: 204). Estos tres últimos hallazgos se corresponden con el territorio de la tierra de Ciudad Rodrigo. En Fuenteliante se halló un fragmento de hacha de talón en la superficie del túmulo del Valle de las Cañas. De este término municipal procede también un hacha de bronce de apéndices laterales, hallada, al parecer, en la grieta de una peña de la Dehesa (Maluquer 1956: 64-6). Los otros dos hallazgos de hachas de talón proceden de ambas vertientes de la Sierra de Gata. Un ejemplar con dos anillas fue encontrado en Peñaparda; se dio noticia de que procedía del pago de Zaoz, en el camino de Fuenteguinaldo, si bien en la ficha del Inventario arqueológico provincial se apunta su procedencia en Peñagorda, cercano al casco urbano, de donde procedería otro ejemplar sin anillas. Otro ejemplar con anilla lateral fue hallado en una charca artificial en el Arroyo de los Larios de Villar de la Yegua. Por su parte, el ejemplar de Descargamaría procedería, según Maluquer, de una galería minera. El utillaje de este tipo de hachas se extendió también por el norte de la provincia cacereña, como lo demuestra el ejemplar procedente de Garrovillas de Alconétar, depositado en el museo de Cáceres. En la vecina región de Ribacôa se han hallado varios ejemplares en el concelho de Sabugal: dos PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 91 Fig. 9. Hacha de bronce de Fuenteliante. Museo de Salamanca. ejemplares en Lajeosa da Raia (Sabugal) (Vilaça y Mendes, 2013-2014: 64); uno en Vila do Touro (Da Ponte, Vilaça y Osório, 2012: 138), otro en Souto y otro en Rapoula do Côa. A estos objetos metálicos hay que añadir también la espada pistiliforme de Vilamaior (López Jiménez, 2005: 349). Todo ello (moldes y útiles metálicos) documenta una actividad metalúrgica en esta zona del centro oeste peninsular durante el Bronce final, favorecida, sin duda, por la explotación del mineral de estaño y la existencia de 92 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO talleres locales de fundición. La explotación del estaño en esta etapa está documentada en el hallazgo de un hacha de talón en la mina de Quarta Feira, en el concelho de Sabugal (Ávila de Melo et alii, 2002), mientras que la fabricación de útiles queda atestiguada en yacimientos de la fase Cogotas a través de los moldes de hachas planas sobre caliza en Carricastro (Fraile Vicente, 2008: 63, 65 y 68), los restos de fundición del Cerro del Berrueco (Maluquer, 1958: 73), el molde de arenisca para hacha de talón de La Mazada (Gallegos del Campo, Zamora) (Esparza y Larrazábal, 1999: 438 y lám. I) o los ya señalados moldes de hachas de talón y anillas de La Macolla de Linares de Riofrío. 8.2. LAS ESTELAS Desde el Neolítico existe una tradición de representación de la figura humana que atraviesa el Calcolítico y llega hasta la Edad del Bronce. Buen parte de estas representaciones –al margen de las pinturas rupestres– aparecen en soportes de piedra, por lo general exenta, aunque las hay parietales como en la Peña Tú de Vidiago (Asturias). La técnica empleada ha sido el grabado y la talla. Son estas piezas monolíticas, que se trabajaron para la finalidad de estar hincadas en el suelo. Generalmente presentan una sola cara trabajada, donde se alude explícita o implícitamente a un personaje, del que se representa una parte del cuerpo o elementos de adorno (tocados, collares, vestido…) u objetos personales (armas). Entre estas representaciones están las estelas. Se ha venido considerando que el recurso a este medio iconográfico sirvió para exhibir o legitimar el poder de las élites indígenas, dentro de las formaciones sociales tipo jefatura (Díaz-Guardamino, 2010: 33). Las piezas responden a una variada tipología, que podemos resumir en estelas antropomorfas, estelas menhir y estelas de guerrero. Las primeras, denominadas también en ocasiones “ídolos-estela” tienen un carácter antropomorfo, pues en ellas se representa la cara y, con frecuencia, las extremidades. En ocasiones llevan asociados adornos como tocadas con diademas o peinados especiales y cubiertas de collares, adornos en los que se ha querido ver una significación femenina (Esparza, 2008: 86). El tamaño es variado, con oscilaciones entre 40 y 140 cm, aunque por término medio se mueven entre los 60 y los 90 cm. El hecho de que muchas de estas piezas estén fabricadas PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 93 sobre grandes bolos o cantos rodados llevó a Almagro Gorbea (1977) a denominarlas “guijarros-estela”. La elaboración de estas piezas se daría a partir del Bronce Inicial (Díaz-Guardamino, 2010: 51). Esta autora propone una periodización para la Edad del Bronce, cuya cronología no coincide con la de Fernández Posse y que es la siguiente: Bronce Inicial: 2200-1700 a. C.; Bronce Pleno: 1700-1400/1200 a. C. y Bronce Tardío/Final: 1400/1200-900/850 a. C. Las estatuas menhir son monolitos verticales de tendencia sub-rectangular, donde se representa de forma estilizada la figura humana, acompañada de elementos como armas y vestimentas. Se extiende principalmente por el cuadrante noroccidental peninsular, especialmente en la zona comprendida entre los valles del Duero y Támega, la región de Trás-os-Montes, la Beira Alta y la provincia salmantina. Estudios actuales establecen su cronología en el Bronce Tardío Final (Rodríguez Corral, 2019: 37-38 y 54). Las estelas de guerrero son losas de forma irregular, que presentan grabada una de sus caras con la representación esquemática de un personaje, acompañado de una panoplia militar (escudo, lanza, espada, casco), acompañado de objetos personales (peine, espejo, lira) y, en ocasiones, un carro. Su área de extensión se distribuye por el cuadrante suroriental, cuyo límite septentrional sería el Sistema Central, por lo que se les conoce también como estelas decoradas del suroeste. Su cronología se ha fijado en el Bronce Tardío/Final. Las estelas antropomorfas, “ídolos-estela” o “estelas-guijarro” se reparten especialmente por el centro-oeste de la península ibérica, por el territorio de las actuales provincias de Salamanca, Cáceres y Badajoz, así como por el distrito de Guarda en la Beira portuguesa. La mayor concentración de estas piezas se encuentra en ambas vertientes de la Sierra de Gata. Este grupo serrano estaría integrado por los siguientes hallazgos: en la vertiente septentrional por los ejemplares de Ciudad Rodrigo, Lerilla (Zamarra) y Agallas, mientras que en la vertiente meridional tenemos un ejemplar procedente de Robledillo de Gata, seis hallazgos en Hernán Pérez, dos en El Cerezal, uno en Cambroncino, uno en Riomalo de Abajo y otro en Arrocerezo (Caminomorisco). Los ídolos-estela están fabricados sobre bloques de piedra, en ocasiones grandes cantos rodados. En ellos se ha grabado una figura antropomorfa, representada de forma esquemática. El rostro viene determinado por una elipse u óvalo que encierra los ojos –dos puntos–, la nariz –un trazo simple y vertical– y la 94 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO boca –línea horizontal–. La cabeza se dibuja con líneas concéntricas, algunas veces, con trazos reticulares que simulan una especie de tocado. En el torso van dibujadas líneas o círculos concéntricos, interpretadas por algunos autores como collares. Todos los ídolos-estela poseen brazos y manos esquemáticos, que descansan, a veces, sobre el vientre. Algunos, como los de Hernán Pérez y el de Lerilla, llevan una franja horizontal, que algunos autores han interpretado como cinturón. Una pequeña parte de estos ídolos-estela llevan, además, representación de piernas esquemáticas, como los de Cambroncino, Ciudad Rodrigo y Riomalo (Martín Benito y Martín Benito, 1994: 105-106). 8.2.1. Las estelas antropomorfas El “ídolo” de Ciudad Rodrigo (fig. 10) Esta pieza, hoy en el Museo Arqueológico Nacional, fue hallada en la plaza del Trigo de Ciudad Rodrigo (Cabré, 1930 y Almagro Bach, 1969). Su soporte es un gran canto rodado de 40 x 20 x 14 cm, en el que está grabada una figura humana de forma muy esquemática y desproporcionada, de aspecto rechoncho. Sobre su cabeza lleva una especie de “casco” o diadema, segmentado por una retícula radial. El rostro viene señalado por los ojos, la nariz y la boca. El cuerpo está dibujado por un círculo, dividido por curvas concéntricas. Las extremidades superiores están muy desproporcionadas con el resto del cuerpo, en particular las manos. Las piernas son cortas; todo ello representado de manera simple y esquemática. Los paralelos más próximos a esta estela son los conocidos como “ídolos” de Cambroncino (Sevillano, 1991: 103-104) y Riomalo de Abajo (Cuadrado, 1974), ambos en las Hurdes cacereñas. Fig. 10. Ídolo de Ciudad Rodrigo. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 95 El “ídolo” de Lerilla (Zamarra) (fig. 11) Conocido también en alguna bibliografía como Ciudad Rodrigo II. La pieza fue hallada en 1965 por Eloy Rada en el castro de Lerilla (Zamarra) y trasladada en 1967 al Instituto de Enseñanza Media de Ciudad Rodrigo (Rada, 1968-1969: 185); actualmente está depositada en la Casa Municipal de Cultura. Se trata de un bolo de diabasa de forma apuntada, de unos 110 x 39 cm, con representación antropomorfa, grabada mediante la técnica, en su mayor parte, del piqueteado. Esta ha dejado un surco en forma de “U”, con la excepción de los brazos y las manos, realizados mediante incisión profunda en forma de “V”. La representación humana se centra en la parte superior de la pieza, habiéndose dibujado el rostro Fig. 11. Ídolo-estela de Lerilla (Zamarra). de manera simple y esquemática. La Fotografía de Socorro Uribe Malmierca. cabeza lleva un tocado reticular, coronado, a su vez, por trazos lineales que lo contornean. Este tocado es similar al del ídolo de Cerezal II (Cáceres) (Sevillano, 1991: 101-102). Debajo de la cara se ha representado la parte superior del tronco, con dos líneas concéntricas, similares a las del ídolo de Ciudad Rodrigo (Museo Arqueológico Nacional), si bien en el de Lerilla no se ha dibujado enteramente el tronco. Los brazos aquí son muy pequeños y cortos, terminando en largas manos, todo ello muy esquemático. Hacia la base del tercio superior de la pieza se ha grabado una línea horizontal que recuerda a la de los ídolos de Hernández Pérez y de Salvatierra de Santiago (Cáceres), lo que se ha interpretado como un posible cinturón. 96 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Agallas (fig. 12) La pieza es un soporte de diabasa de 102 x 38 x 25 cm. Procede del propio pueblo de Agallas, donde servía como mojón que delimitaba los terrenos de la iglesia parroquial. El grabado antropomorfo se ha realizado mediante la técnica del piqueteado, como en los ejemplares de Ciudad Rodrigo y Lerilla. La cabeza está realizada por tres elipses concéntricas y una semi-elipse interior que discurre por la zona de la cara hasta la altura de los ojos. El rostro es esquemático, señalándose los ojos, la nariz y la boca. Brazos y manos están en posición ventral. Esta configuración, junto con la representación del hombro en el brazo izquierdo, constiFig. 12. Ídolo-estela de Agallas. tuye un aspecto excepcional en este Museo de Salamanca. tipo de representaciones. Por encima del brazo izquierdo se ha querido ver también la representación de una alabarda de hoja triangular, tipo Carrapatas (Sevillano, 1991: 111), en todo caso grabada posteriormente a la ejecución de los círculos concéntricos –collares–, pues estos se interrumpen debido a una fractura de la piedra. Robledillo de Gata (fig. 13) Las piezas hasta ahora descritas se han localizado al norte de la Sierra de Gata. En la vertiente sur, en El Bardal de Robledillo de Gata (Cáceres), se halló una pieza que presenta ciertas similitudes con la de Agallas. El soporte es un bloque paralepípedo cuadrangular de 80 x 33 cm (Sevillano, 1974). La figura humana está grabada por tres óvalos o elipses concéntricos, que forman la cabeza e integran el rostro. La nariz, en lugar de representarla por inicisión, viene identificada por una depresión, lo que le da un aspecto achatado. La línea de la boca expresa una expresión risueña. Sobre la cabeza PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 97 lleva un tocado radial, parecido a algunas piezas del vecino término de Hernán Pérez (Cáceres) y del ídolo de Granja de Toniñuelo (Jérez de los Caballeros, Badajoz). Los brazos y manos adoptan una posición tendente a ventral, lo que le emparenta con la pieza de Agallas. Al igual que esta y que la de Lerilla, la de Robledillo carece de piernas. 8.2.2. Las estatuas menhir Por ahora, no se conocen ejemplares de este tipo de estatuas en la Tierra de Ciudad Rodrigo, aunque sí en áreas vecinas, como la Sierra de Béjar al este o el valle del Tormes (comarca de Ledesma) al norte. Es el caso de las piezas Fig. 13. Ídolo-estela de Robledillo de Valdefuentes de Sangusín (Santonja de Gata. Museo de Cáceres. y Santonja, 1978) y Tremedal de Tormes (López, Sevillano y Grande del Brío, 1996). También hacia el oeste encontramos ejemplares de esta tipología en la serra da Nave (Moimenta da Beira, Viseu) (Cruz y Santos, 2011). 8.2.3. Estelas de guerrero Los hallazgos de estas piezas han revelado hasta el momento que el área de dispersión se extiende principalmente por la Sierra de Gata, cuenca del Tajo, del Guadiana y valle del Guadalquivir, en concreto, por las provincias de Cáceres, Badajoz, Ciudad Real, Córdoba, Sevilla y este de Portugal (Sierra de la Estrella y el Algarve). El carácter funerario de estas piezas parece evidente y, como estelas sepulcrales, pondrían de relieve el carácter guerrero o militar de los individuos a los cuales estarían dedicadas. El profesor M. Almagro señaló que habrían sido fabricadas en honor de aquellos personales importantes, reyes o caudillos de un pueblo guerrero, jerárquico y aristocráticamente organizado (Chapa y Delibes, 1983: 200). 98 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO La forma de las estelas es indicativa de la posición que pudo tener en relación con la tumba del difunto: las alargadas en la base indican que pudieran haber estado destinadas a estar clavadas en el suelo, señalizando quizá un túmulo, probablemente de incineración, si bien las hay casi rectangulares, no preparadas en su parte inferior para ser hincadas en tierra; en este caso, la propia losa representaría al guerrero con sus armas y la función de estas losas irían depositadas sobre enterramientos de inhumación en cistas. No obstante, se han esgrimido también otras teorías, como la que, sin negarle un posible significado funerario-conmemorativo, sostiene que se trata de hitos de referencia, visibles en el paisaje y que marcarían el paso en las vías ganaderas o rutas comerciales (Ruiz-Gálvez y Galán, 1991). San Martín de Trevejo (fig. 14) La estela está realizada en una losa granítica de 1,50 m de largo, 78 cm de ancho y 21 cm de grosor. Al igual que la de Robleda, presenta cuatro objetos grabados: escudo, espada, espejo y lanza, añadiéndose aquí un peine o fíbula -que se perdió en la extracción (Figuerola, 1982: 200). El escudo, con abrazadera central, está situado en la parte media de la estela; presenta cuatro círculos concéntricos y una escotadura en “V”. En torno a este se disponen el resto de los objetos. Los paralelos más próximos de esta estela se encuentran en las piezas de Robleda (Salamanca), Brozas, Santa Ana de Trujillo, Robledillo de Trujillo, Torrejón el Rubio I, Valencia de Alcántara, Ibahernando (Cáceres), Graja de Céspedes, Almendralejo, Tres Arroyos (Badajoz) y Meimão (Penamacor, Portugal). Fig. 14. Estela de guerrero: San Martín de Trevejo. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 99 La estela de Robleda (fig. 15) La pieza fue localizada por un vecino de Robleda, Juan Sánchez Calvo, en el pago conocido como “La choza del fraile”, en el “Pinar de Descargarmaría”, término municipal de Robleda, localidad de la que dista unos 8 km. Está fabricada en un bloque rodado de pizarra y sus dimensiones son: 150 cm de largo, 49 cm de ancho y 18 cm de grosor. Su localización al norte del Sistema Central viene a sumarse a los de Baraçal y Foios, en Sabugal (Beira Alta) (Curado 1980, 1984 y 1986). El dibujo se ha realizado en una sola cara, mediante un grabado en surco, fuerte e intenso. Se han representado diversos objetos, propios de este tipo de piezas: un escudo, una espada, un espejo y Fig. 15. Estela de Robleda. una lanza. La distribución de los objetos es la siguiente. El escudo ocupa el lugar central; bajo este se dispone la espada. En la parte superior se ha representado un objeto con tendencia ligeramente ovalada con mango –presumiblemente un espejo– y bajo él y encima del escudo, una lanza. El escudo presenta tres círculos concéntricos, con clavos entre las bandas y una escotadura en “V”; los clavos van dispuestos en grupos de tres. En el centro se ha representado la abrazadera horizontal. El tipo de escudo es similar al de la estela cacereña de Brozas. Se ha señalado que este tipo de escudo pudiera proceder del Mediterráneo oriental y, en concreto, en los hallados en Creta, Chipre, Samos y Tirinto, por su vinculación tanto con las formas como con la escotadura en “V”. Ello ha llevado a suponer que estas estelas funerarias sean el resultado de la influencia del mundo geométrico y orientalizante que se extiende por la península ibérica a partir de los últimos tiempos del Bronce Final; si bien hay quienes han señalado una influencia atlántica, concretamente irlandesa en lo referente a los escudos (Celestino, 1990). La espada es de las de hoja ancha y no muy puntiaguda, como suele ser habitual en el grupo de las estelas de la Sierra de Gata y Montánchez. 100 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Los motivos decorativos formarían parte de la panoplia o conjunto de armas del difunto: escudo, espada y lanza, a las que acompaña un espejo. Se trataría, por tanto, de la estela que marcaría la tumba de un personaje de cierto rango militar. El espejo tiene un significado funerario, como está de manifiesto en varias culturas mediterráneas, en las que forma parte del ajuar como símbolo de la muerte. Desde el punto de vista espacial, el paralelo más próximo a la estela de Robleda es el de San Martín de Trevejo. Ambas comparten con las portuguesas el lugar central del escudo y la disposición de la espada en la parte baja; difieren, no obstante, de la de Baraçal, en que esta fue labrada en relieve, en lugar de grabada. En la de Robleda la hoja de la espada es más ancha y más corta que en San Martín y en Baraçal. El ejemplar de Robleda se asemeja más al localizado en Fóios (Martín Benito, 2010). Los elementos grabados en estas estelas parecen indicarnos el culto o reconocimiento a un personaje de cierta relevancia social: un guerrero o jefe militar. 9. LA EDAD DEL HIERRO Aunque la producción del hierro se documenta en el segundo milenio AC en el Asia Menor de los hititas, la introducción en la península ibérica no tiene lugar hasta el siglo VIII a. C. Empero, su divulgación es lenta en la Meseta, donde continúa la fabricación de objetos de bronce, frente a una tímida presencia del nuevo metal. A partir de finales del siglo VI y principios del V a. C. el uso del hierro se generalizará, en lo que se conoce como Segunda Edad del Hierro. 9.1. EL PRIMER HIERRO En la Primera Edad del Hierro, en la cuenca central del Duero, los poblados, que suelen situarse en los valles fluviales –con cabañas circulares y murallas de adobe– desarrollan una producción de cerámicas a mano, en las que suele haber una decoración incisa con motivo en triángulos rayados o, en menor caso, pintados en rojo, amarillo o blanco. Las gentes de estos grupos –denominado Soto de Medinilla (por el yacimiento epónimo vallisoletano ubicado a orillas del Pisuerga– se dedicaban a la agricultura itinerante, aunque practicaban también la ganadería y, ocasionalmente, la caza (Romero Carnicero, 1985: 88-89). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 101 En la región oriental de la Meseta, marcando la transición del primer al segundo Hierro, se desarrolla la cultura castreña soriana. Los emplazamientos están en lugares altos, fortificados con murallas de piedra y reforzada su defensa con barreras de piedras hincadas, cuyo fin era entorpecer un ataque frontal de tropas a pie o a caballo. Los pobladores de estos castros están, vinculados culturalmente con las gentes de tipo Soto, practicaban una economía básicamente ganadera, con presencia de la agricultura y la caza (Romero Carnicero, 1984). En el actual territorio de la provincia salmantina se documenta el Primer Hierro en Ledesma, Cerro de San Vicente (Salamanca) y Cerro de San Pelayo en Martinamor (Martín Valls, 1997: 134-139). En la Tierra de Ciudad Rodrigo, El Castillo de Herguijuela, cuya ocupación podría llevarse hasta el Calcolítico, por la presencia de hachas pulimentadas e industria de sílex, presenta una serie de materiales cerámicos que podrían emparentarse con el primer Hierro. Las formas de la vajilla son sencillas (vasos y cuencos), con bordes exvasados y carenas evolucionadas. En la decoración domina el escobillado, a veces sin motivos aparentes, otras con posibles imitaciones de cestería; hay también incisiones, digitaciones en los bordes, ungulaciones e impresiones. Se recogió también un fragmento decorado con temas geométricos en color rojo –rombos o chevronees rellenos de pequeñas líneas paralelas– con una técnica que bien podría ser pintada, pero también incisión fina; la técnica y los motivos coincidirían con las cerámicas tipo Soto (Martín Benito y Martín Benito, 1994: 119). Los Castillejos de Zamarra es otro castro en espigón fluvial, sito en el interfluvio formado por el río Badillo y el de las Vegas, con muralla de pizarra y granito en seco, de una anchura de 4 m. En la cerca se abre una entrada en esviaje en la zona noreste, el acceso tiene torre circular a un lado (O) y un muro al otro (E). La ficha del Inventario arqueológico provincial le confiere una cronología del I Hierro, basándose en la entrada en esviaje hacia el noreste que presenta en la muralla “aunque la escasa definición de los restos de cultura material no permite descartar un origen anterior ni perduraciones posteriores en la II Edad del Hierro”. En el término de San Felices se localiza otro poblado fortificado; se trata de El Lombo del Castillo, ubicado en un cerro en el interfluvio del Águeda con la Rivera de la Granja y con una extensión de 2,2 ha. Con defensas naturales hacia el este, el sur y el oeste, el acceso al castro tiene lugar por el 102 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO norte, en cuyo flanco se aprecia el derrumbe de una muralla construida por piedras de granito. La presencia de bastantes mojones aislados en esta zona, han hecho pensar que puedan ser restos de un campo de piedras hincadas, pero no es seguro. En su interior se documentan fragmentos de cerámica a mano, con finos acabados alisados, espatulados y bruñidos; entre los recipientes hay formas acampanadas y cuencos cerrados y galbos con asa y mamelón. En la ficha del Inventario arqueológico provincial se establece una cronología desde el Bronce Antiguo al Hierro I. 9.2. LOS VETTONES EDAD DEL HIERRO Y LOS CASTROS FORTIFICADOS DE LA SEGUNDA El inicio de la segunda Edad del Hierro en la cuenca del Duero se inicia en torno al 500 a. C. y viene a coincidir con la desaparición de la facies Soto de Medinilla. En esta nueva etapa se generalizará el uso del hierro y la cerámica a torno. Las tierras occidentales de la Meseta estuvieron habitadas entre el siglo V y el I a. C. –hasta la llegada de la romanización– por el pueblo prerromano de los vettones. Las primeras noticias escritas que tenemos sobre ellos se deben a los autores clásicos que acompañaron a los ejércitos romanos en la conquista de Hispania. Por Estrabón, Plinio y Ptolomeo7, sabemos que los vettones ocupaban un amplio territorio cuya zona nuclear debió situarse entre los ríos Tormes, Duero y Tajo, una extensión de unos 32.000 km2 cuadrados entre el suroeste de la provincia de Zamora, Salamanca, gran parte de la de Ávila, el occidente de Toledo, la mitad oriental de Cáceres y llegando su influencia al territorio de Ribacôa. Dicho pueblo prerromano generalizó la metalurgia del hierro y adoptó el torno industrial para la fabricación de sus recipientes cerámicos. Los vettones, al igual que otros pueblos peninsulares, eligieron para su hábitat lugares enclavados en espigones fluviales, en cerro o acrópolis, meandro o ladera, lugares elevados y de difícil acceso y en torno a una vía de comunicación (Martín Valls, 1997: 151-154). 7. ESTRABÓN: Geographika, Libro III, 1, 6; 3,1; 3, 2; 3, 3; 3, 4, 12 y 4,16. PLINIO: Naturalis Historia, III, 19; IV, 112, 116; XXV, 84. Ptolomeo: Indicatorio geográfico, II, 5,7. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 103 Este tipo de emplazamiento castreño cuenta con precedentes en etapas anteriores y es que muchos de estos poblados tienen su origen en la Edad del Bronce e, incluso, en el Calcolítico. La preocupación por la defensa natural se completa con obras artificiales de fortificación: murallas, torres, fosos y piedras hincadas. Los Castillejos de Sanchorreja (Ávila) se rodearon de una muralla con doble paramento entre el 600 y el 500 a. C. (Arias González, Benito Álvarez y González-Tablas, 1986), si bien otros autores retrasan su construcción al siglo V a. C. Si el hecho cabe generalizarlo a otros castros de la región, nos encontraríamos que los castros del Yeltes-Huebra y Águeda en la Tierra de Ciudad Rodrigo levantarían sus estructuras defensivas en torno al siglo V a. C. (Martín Valls, 1985: 109). En cualquier caso no debemos olvidar que poblados castreños calcolíticos como Peñamecer (Villarmayor de Ledesma) o El Alto del Quemado (Narrillos del Álamo) tienen líneas de murallas. De todos modos, hasta la segunda del Hierro, nunca en la Meseta Norte se alcanzó tal grado de sofisticación defensiva, pues al nivel primario de defensa -el natural- se acompañó un segundo nivel con murallas de doble paramento y un tercero con un sistema de fosos, contrafosos y piedras hincadas. En los castros vettones el acceso al poblado tiene lugar por puertas en embudo o en esviaje, reforzadas por bastiones. Los recintos fortificados dividen zonas dentro del asentamiento, esto es, establecen una compartimentación del espacio doméstico. Desde el punto de vista urbano, no hay un plano ordenado de manzanas de casas, ni propiamente calles, sino que las viviendas se agrupan irregularmente junto a la muralla o buscan la protección entre grandes bloques de rocas. Las viviendas, por su parte, fueron hechas de piedra, bien de forma circular, como algunas del castro de Saldeana (margen derecha del Huebra) o rectangulares en Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila). Las viviendas circulares no son las habituales en la cultura de Las Cogotas, por lo que su presencia en el Yeltes-Huebra habría tal vez que ponerlo en relación con la cultura castreña del Noroeste (Martín Valls, 1974-75); no obstante, no hay que olvidar el precedente de las viviendas circulares tipo Soto de la primera Edad del Hierro. Las necrópolis, situadas a las puertas de los poblados, nos facilitan una buena información sobre la sociedad vettona. El estudio del material aparecido en las excavaciones de estos cementerios, especialmente la de La Osera, en el castro de La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila), revela una sociedad 104 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO jerarquizada, con una aristocracia militar, que practicaba el ritual de incineración. Las necrópolis vettonas constituyen la fuente esencial para conocer la Segunda Edad del Hierro en la Meseta, tanto desde el punto de vista de la panoplia militar, como de la estructura social. Se trataría de una sociedad piramidal, con una élite militar que poseía caballos y armas de lujo, frente al grupo de los guerreros que usarían una panoplia más modesta; por debajo estaría el grupo de artesanos y comerciantes y, por último los individuos más humildes (Álvarez Sanchís, 2001: 270). En la Tierra de Ciudad Rodrigo contamos con una serie de poblados fortificados correspondientes a esta etapa. Se encuentran localizados a lo largo de los principales valles fluviales. En el valle del Águeda, cabe destacar los castros de Irueña (Fuenteguinaldo), Lerilla (Zamarra), Ciudad Rodrigo, La Plaza (Gallegos de Argañán) y Castelmao (San Felices de los Galleros); en el Huebra, el Lugar Viejo de Yecla de Yeltes, la Cabeza de Moncalvo (Hinojosa de Duero), El Castillo de Saldeana y el Castillo de Saldañuela en Bermellar, mientras que en el Camaces el castro de Las Merchanas (Lumbrales). El emplazamiento de estos castros suele aprovechar espigones fluviales, espolones o meandros, cuyos cauces encajados proporcionan promontorios de muy difícil acceso. El Lugar Viejo se encuentra limitado en la confluencia del arroyo Valdaña con el río Huebra; en el castro de Saldeana en la intersección del arroyo Grande con el Huebra; Las Merchanas aprovecha un meandro del Camaces; La Plaza se flanquea por el Águeda y los arroyos de Regajal y Zamarreño; Lerilla por el Águeda con los arroyos Vadilla y Aragón e Irueña por el Águeda y el Rolloso. Esta defensa natural de pronunciados escarpes y desniveles se refuerza con la fortificación de murallas, barreras de piedras hincadas, bastiones y, en ocasiones, fosos. Las murallas se levantaron, por lo general, sin cimentación, por la técnica de la piedra en seco, adaptándose a los desniveles del terreno (fig. 16 a). En algunas zonas de gran desnivel no se precisó construir ningún elemento defensivo. Así, en Saldeana o Bermellar solo se levantó muralla en las partes más vulnerables. En La Plaza (Gallegos de Argañán) la muralla se interrumpe en los escarpes sobre el Águeda. En el Lugar Viejo (Yecla de Yeltes) hay un menor grado de adaptación al medio físico, pues se aprovechan las formas naturales del sustrato, pues las zonas de gran desnivel siguen teniendo murallas, desaprovechando los cierres naturales que suponen los desniveles. Por PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Fig. 16 (a) Murallas de Las Merchanas. Fotografía de Jaime Grandes. Fig. 16 (b). Plano del castro de “Las Merchanas”, según Maluquer (1958). 105 106 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO su parte, Las Merchanas (Lumbrales) supone el mayor grado de autonomía respecto al emplazamiento (fig. 16 b), pues los lienzos de las murallas cortan abiertamente las curvas de nivel y su trazado no sigue las líneas de vaguada o cualquier otro límite natural (Maluquer, 1956: 28). El grosor de las murallas es variable, aumentando la anchura en las partes más vulnerables del castro; en Bermellar llegan a alcanzar en algún punto los 7,50 m de ancho. Las entradas al poblado eran reforzadas en ocasiones con bastiones circulares, macizos y adosados a la muralla (fig. 17). Las puertas se incurvaban al interior, disponiéndose en forma de embudo, lo que permitía a los defensores batir a los atacantes con tiros cruzados. Otro tipo es el de puerta en esviaje, formado por la superposición de tramos de muralla, donde los dos lienzos adoptan en la entrada una posición paralela, dejando entre ambos un espacio libre de paso, como ocurre en La Plaza (Gallegos de Argañán) y en Castelmao (San Felices de los Gallegos) (Álvarez Sanchís, 1999: 133 y 136). El sistema defensivo se completaba a veces, con la construcción de barreras de piedras hincadas y fosos. Fig. 17. Muralla y bastión de Yecla de Yeltes. Fotografía de Jaime Grandes. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 107 Las piedras hincadas se documentan también en los castros sorianos (Romero 1991) y en los castros meseteños de Cogotas II en las provincias de Ávila y Salamanca, extendiéndose hacia Zamora, Orense y Trás-os-Montes (Esparza, 1980: 76). En el ámbito de nuestro estudio están también presentes en los castros de Castelmao (San Felices de los Gallegos), El Castillo (Saldeana), Saldañuela (Bermellar), Las Merchanas (Lumbrales), El Lugar Viejo (Yecla de Yeltes y El Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores). Este sistema, junto con el doble foso –presente en La Plaza– es propio también de los castros de Zamora, León y Trás-os-Montes (Esparza, 1980: 76; Sastre, Garibo y Rodríguez, 2014: 196-197), lo que parece indicar que los contactos debieron ser comunes entre los poblados castreños del área suroccidental de la Meseta con los de la región noroccidental. 9.2.1. Irueña (Fuenteguinaldo) Uno de los castros de mayores dimensiones de la Tierra de Ciudad Rodrigo es el de Irueña, con una superficie aproximada de 14 ha. Se localiza en un espigón fluvial formado por la intersección del arroyo del Rolloso con el río Águeda. A la defensa natural se unieron obras de fortificación: muralla, taludes, foso. El recinto principal está cerrado por una muralla que tiene un perímetro de 1.822 m; está construida en mampuesto de pizarra colocada en seco, en talud hacia el exterior, como en otros castros del Águeda, del Camaces y del Yeltes-Huebra. De época vetona se conoce la existencia de tres figuras zoomorfas procedentes del castro, una de ellas la conocida como “La yegua” (fig. 23), recientemente reconstruida y erigida de nuevo, después de más de un siglo de ser volada con dinamita por vecinos que buscaban un tesoro en su interior (Jiménez, Rupidera y Prieto, 2020: 63-65). Recientes excavaciones realizadas en 2018 en la muralla documentan una anchura de 2,80 metros, con paramento interior vertical y exterior en talud. El relleno del paramento se hizo con lajas de pizarra dispuestas horizontalmente formando hiladas paralelas dispuestas en cierto orden (fig. 18). En algún tramo la muralla llega a alcanzar casi los tres metros de altura; de hecho a principios del siglo XX algunos lienzos alcanzaban esa cota (Gómez Moreno, 1967: 34-36; Maluquer, 1956: 63). 108 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 18. Murallas de Irueña (Fuenteguinaldo). El investigador granadino señala la existencia de cuatro puertas: una en la punta norte, curvada hacia adentro, otra llamada Puerta del Sol y otras dos en el lienzo que “tuerce, luego, derecho hacia N-NE”. La excavación arqueológica ha documentado niveles castreños prerromanos, donde apareció un esferoide de arenisca, un clavo fragmentado, una escoria de hierro y fragmentos cerámicos que arrojan productos “tardovettones”, con formas de ollas, orzas o vasos de provisiones. Se trata de una cerámica común fabricada a torno, aunque también hay alguna pieza en la que intervino el torno lento y el remate manual. Las paredes de la vajilla son mayoritariamente de tono marrón claro o anaranjado, resultado de una cocción mixta, inicialmente reductora y con postcocción oxidante. Junto a estas piezas hay alguna pieza realizada a torno, bruñida, donde se han borrado las líneas de torno, que recuerda las escudillas de El Raso de Candeleda (Ávila), fechada en los siglos II-I a. C. (Jiménez, Rupidera y Prieto, 2020: 83-84). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 109 9.2.2. Lerilla (Zamarra) Este castro, alzado sobre la intersección del Águeda con los arroyos Badillo y Burguillos, tiene una ocupación que se remonta a la Edad del Bronce, necesita un sólido proyecto de investigación sobre la perduración de su poblamiento protohistórico, romano y visigodo. La muralla, construida con material local (pizarra) se adapta a la morfología del terreno, delimitando un espacio ovalado. La entrada al recinto se abre al norte, cerca del manantial del Pozo Verde. 9.2.3. Ciudad Rodrigo Es probable que el actual solar de la ciudad fuera un antiguo poblado vetton, situado a orillas del Águeda, pues testimonios, aunque muy parcos, no faltan. Se trata de un castro en ladera, dominando el paso del río Águeda (Martín Valls, 1997: 54). Muy alterado por las sucesivas ocupaciones romana y medieval, la presencia de esculturas zoomorfas (el verraco del puente y otro aparecido al hacer unas obras en el interior de la ciudad –en paradero desconocido–) y el hallazgo de cerámica de tradición indígena, nos remite a una ocupación prerromana. 9.2.4. Castelmao (San Felices de los Gallegos) Este castro se levanta en un alto promontorio amesetado en la confluencia del arroyo Alijón con el río Águeda. Los cortados hacia el arroyo le aíslan por el este y el sur, y por el oeste hacia el río. El flanco norte, más accesible, se defiende por una potente muralla construida con piedras de granito, de la que se conservan algunos tramos. El paramento exterior se dispone en talud, como La Plaza, Las Merchanas, El Castilo de Saldeana y el Lugar Viejo de Yecla. La zona exterior de la entrada se refuerza por un campo de piedras hincadas. El yacimiento tiene una extensión aproximada de 2,22 ha. Como otros castros de la región fue posteriormente romanizado, como lo indican los restos de tégula y terra sigillata hispánica tardía hallados en su interior. 9.2.5. La Plaza (Gallegos de Argañán) Valga como ejemplo de estos poblados el castro de La Plaza de Gallegos de Argañán, prácticamente desconocido y necesitado de un proyecto de investigación. Su ubicación busca una defensa natural en los barrancos formados por el encajamiento del río Águeda –al noroeste– y sus afluentes, los 110 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO arroyos de Regajal y Zamarreño. Este primer nivel de defensa se completa con otras estructuras compuestas por una barrera de piedras hincadas, un doble foso y muralla (fig. 19). En La Plaza se identifican dos recintos. El exterior está delimitado por una muralla en talud. El interior, igualmente amurallado, se observa por un terraplén, en el que aún se conservan hiladas de pizarra del muro. La construcción de la muralla parece haberse hecho con lajas o sillares de medianas y pequeñas dimensiones. Las piedras hincadas se encuentran en la parte de acceso más vulnerable. La barrera está compuesta por bloques paralepípedos de grauvaca y algunos –los menos, de cuarcita blanca. La barrera tiene una longitud aproximada de 100 m y una anchura entre los 12,60 y los 14,60 m. Los bloques emergen, en ocasiones, 1 m por encima del suelo. En la misma barrera, muy candada, se aprovechan crestas naturales de la roca. La entrada al recinto tiene lugar en embudo, muy desfigurada por el derrumbe. Reforzando la entrada se sitúa un bastión circular, adosado a la misma. Parte del perímetro está defendido por dos fosos que discurren circundando la muralla por la parte occidental y por el mediodía. El foso interno arranca con dirección este-oeste el sector noroccidental del castro. Excavado en roca, mide 18,5 m de largo y cerca de 3,5 m de ancho, además de tener una profundidad cercana a los 3 m. Este foso dobla en recodo de 90º para seguir una dirección norte-sur, con una longitud aproximada de 68,5 m y con 7 m de anchura. Junto a este tramo discurre un segundo foso paralelo por el exterior, con unas dimensiones similares, aunque menos profundo. El foso desaparece cuando contacta con el bastión occidental –que sobresale de la muralla y posee paramento interno y habitáculo interior. En los sectores suroccidental y meridional vuelve a aparecer el foso, excavado a veces en la misma roca del sustrato. Los materiales cerámicos de La Plaza documentan la ocupación en la II Edad del Hierro y, posteriormente, en época romana. La vajilla adscrita al Hierro II está realizada con pastas sedimentarias, tamizadas, con desgrasantes de cuarzo y mica. En los bordes están presentes los de forma de “palo de golf” o “pico de pato”, los exvasados y vueltos. No faltan los galbos con baquetones y alguno pintado (Inventario arqueológico provincial). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO Fig. 19. Piedras hincadas (a) y fosos (b) en “La Plaza” (Gallegos de Argañán). 111 112 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO 9.2.6. Las Merchanas (Lumbrales) El castro se localiza en un promontorio granítico, formado por dos tesos y una vaguada, rodeado en parte por un meandro del río Camaces, cercano a la desembocadura del regato de Los Zorros. Ocupa una extensión de 8, 5 ha. Aparece rodeado de una gruesa muralla, salvo en el suroeste, donde las condiciones naturales la hacen innecesaria. La cerca, levantada directamente sobre la roca natural del subsuelo, se adapta a la morfología del terreno y está realizada por la técnica de la piedra en seco (fig. 16 a). En ella se abren dos puertas (al sur y sudeste) y dos portillos (norte y oeste). La del mediodía, orientada hacia el río Camaces, presenta una entrada en esviaje y la del sureste en embudo; esta última reforzada por dos bastiones o torreones circulares sería la entrada principal al castro. Bastiones que refuerzan la entrada los vemos también en Yecla, Bermellar y La Plaza. Aquí la muralla tiene una anchura de tres metros hacia el sur y seis hacia el norte; en cuanto a la altura, bien pudo llegar a los cuatro metros (4 m en El Picón de la Mora y 6 m en el Lugar Viejo de Yecla). Presenta dos paramentos, uno exterior con talud –como en La Plaza, Yecla y Castelmao– y otro interior. La defensa se fortalecía con una barrera de piedras hincadas, situadas extramuros, junto a la entrada principal, hacia la parte que mira al arroyo de Los Zorros. Las puntiaguadas piedras son de pizarra, granito o cuarcita y se extienden por cerca de 1,4 ha. En algunas piedras de la muralla Las Merchanas hay insculturas grabadas mediante piqueteado, que representan motivos antropomorfos y zoomorfos, a los que hay que unir otros como cuadrados con puntos y reticulados, estrellas, círculos concéntricos o radiados (rueda). Las insculturas se concentran principalmente en las puertas meridional y oriental (Vázquez Marcos, 2010). 9.2.7. El Castillo (Saldeana) Fue descrito por C. Morán en 1946. Defendido en tres de sus lados por escarpes graníticos que caen con fuertes desniveles hacia la confluencia del arroyo Grande con un meandro del Huebra. En la parte de más fácil acceso (al norte y al sureste) está defendido por una muralla de piedra en seco (granito), en la que se abren dos puertas en embudo y un portillo. El muro externo de la cerca se dispone en talud, como en Las Merchanas y el castro de Yecla. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 113 El recinto castreño tiene una extensión de 3,5 ha. En el exterior la defensa se complementa con una barrera de piedras hincadas cercana a los cien metros. Morán cita cimientos de casas circulares y rectangulares. 9.2.8. Saldañuela (Bermellar) Frente al Castillo de Saldeana, a unos 500 metros, pero en la orilla opuesta del Huebra, se encuentra otro castro, de dimensiones más reducidas. Se trata del Castillo de Saldañuela, en el término de Bermellar. Como en otros castros de la región la muralla está fabricada en mampostería en seco, aunque en algunos tramos tiende al sillarejo, alcanzando los 3 metros de altura y una anchura máxima en algunos puntos de 7,50 metros. La muralla presenta un paramento interno, como la del Lugar Viejo de Yecla, lo que le da al muro una mayor estabilidad (Martín Valls, 1997: 157). Los muros defensivos se extienden por los flancos este, sur y suroeste. Los accesos tienen lugar por dos puertas con bastiones salientes curvilíneos a los lados (Morán, 1946 y Maluquer, 1956). Como en otros castros, sobre las inmediaciones de la entrada se colocó una barrera de piedras hincadas. En su interior se localizaron cerámicas a mano de la Edad del Hierro I y II y escorias de fundición, así como una molendera de granito (Inventario arqueológico provincial). 9.2.9. Lugar Viejo (Yecla de Yeltes) Por su proximidad a la tierra civitatense, incluimos aquí el castro de Yecla la Vieja o el Lugar Viejo de Yecla, bien conocido en la bibliografía científica (Morán, 1946; Maluquer, 1956; Gómez Moreno, 1967; Martín Valls, 1982 y 1983; Álvarez Sanchís, 1999). Con una extensión de 5 Ha (fig. 20), su emplazamiento se sitúa en el espacio comprendido entre los arroyos Varlaña y Pozo Ollero y su desembocadura en el río Huebra, sobre cuyos cauces se elevan sus pronunciados escarpes. Esta defensa natural se fortalece por otra artificial, constituida por una cerca o muralla de piedra granítica en seco, adaptada a la morfología del terreno, con bastiones curvilíneos que flanquean las puertas al recinto, entradas que se disponen en embudo o esviaje (fig. 17). El sistema se refuerza con barreras de piedras hincadas en las partes más vulnerables, 114 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 20. Vista cenital del castro de Yecla de Yeltes. Fotografía de Jaime Grandes. que son la entrada principal y la zona norte. Como otros castros vettones del Yeltes-Huebra su cronología se remonta a la Segunda Edad del Hierro (siglo V a. C.) y, como estos también, a partir del siglo III a. C. experimentó un proceso de celtiberización. El lugar ha deparado el hallazgo de grabados rupestres, tanto en rocas como en sillares de la muralla, donde se representan diversos zoomorfos (caballos, asnos, jabalíes, bóvidos), alguna escena de jinete y de caza, espirales, reticulados, cruces...) (Martín Valls, 1973 y 1983). PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 115 9.3. ESCULTURAS ZOOMORFAS PRERROMANAS: TOROS Y VERRACOS A estos castros y a la cultura vetona se asocian una serie de esculturas zoomorfas en piedra, conocidas como “verracos”. Esculpidas en granito, se representa al animal de cuerpo entero, de pie y de manera frontral, en un mismo bloque junto a la peana o plinto rectangular que le sirve de base. Las especies representadas son toros, cerdos y jabalíes. El tamaño es variable: hay piezas cuyas dimensiones apenas alcanzan el metro de longitud y otras que superan los dos metros y medio (Álvarez Sanchís, 2001: 271). El área de dispersión de estas esculturas se extiende por las provincias de Ávila, Salamanca, sur de Zamora (Sayago), Cáceres, oeste de Toledo. Algunos ejemplares han sido localizados también en Ribacôa (Almofala y Castelo Mendo), Beira Baja (Marvão) o, incluso, Trás-os-Montes (Murça). Pero no todos los verracos son vettones. Los hay también en las ciudades de Toro (Zamora) y Coca (Segovia) que eran enclaves vacceos y que tienen también toros de piedra. La mayor concentración está en territorio vetton, pero los préstamos culturales e influencias se extienden a pueblos próximos. Las esculturas se pueden fechar desde el siglo IV a. C. hasta el siglo I a. C., en su mayor parte, aunque hay piezas con inscripciones latinas de los siglos I y II d. C. Juan Cabré (1930), basándose en el hallazgo de las esculturas del castro de Las Cogotas (Cardeñosa) y en las de La Mesa de Miranda (Chamartín), ambas en la provincia de Ávila, señaló su carácter apotropaico, relacionándolas con la protección y fertilidad de la ganadería. Este carácter mágicoprotector fue recogido también para las piezas de gran tamaño y talla cuidada por Martín Valls (1974). También se ha señalado su carácter de monumento funerario, sobre todo para aquellas piezas que aparecen asociadas a bloques de piedra prismáticos con una pequeña cavidad destinada a depositar las cenizas del difunto. Algunos verracos, realizados ya en época romana, llevan inscripciones latinas o epitafios en los que se indica el nombre del difunto y su filiación (Martín Valls, 1975). A estas interpretaciones se suma actualmente la que tiene en cuenta la ubicación de estas figuras en el paisaje; el hallazgo de buena parte de ellas junto a zonas de pasto, cerca de fuentes de agua y a varios kilómetros de los poblados, hace que cobre fuerza la idea de considerar a los verracos como hitos delimitadores de áreas de propiedad, bien de las propias comunidades o de los grupos dirigentes de ellas (Álvarez Sanchís, 2001: 272). 116 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO La Tierra de Ciudad Rodrigo es una zona destacada en la presencia de toros y verracos, que parecen hallarse en estrecha conexión con los castros. El hallazgo de algunos de estos verracos fuera de las murallas, caso de Las Merchanas (Lumbrales), que fue localizado a 45 metros de la cerca (fig. 16 a), o Ciudad Rodrigo –procedente del extremo del puente– (fig. 21), avalarían, en principio, la hipótesis de que estas piezas estarían en zonas próximas a los encerraderos de ganado o a lugares de pasto. De otros ejemplares no hay constancia de su primitivo lugar de origen o emplazamiento. El de Barquilla fue hallado en las inmediaciones del pueblo (vendida entre 1953-1953 se encuentra actualmente en Villimer, León). El de Peñaparda, que se halló a las afueras de la localidad, fue destrozado en la década de 1930 como firme de la carretera; el “burro de San Antón”, de San Felices de los Gallegos está junto a la ermita del Cordero, si bien no se descarta su procedencia del castro de Castelmao. Se ha sospechado que la pieza que está junto a la iglesia de Lumbrales conocido como el “Burro de la Fig. 21. “Verraco del puente”, en la plaza del Castillo de Ciudad Rodrigo. Fotografía de Ángel Serrano. PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 117 Barrera” (en realidad un jabalí) proceda también de Las Merchanas. El de La Redonda fue hallado en el borde del camino por el que se accede a “Molino caído”, una suave elevación que cae hacia el río Morgáez. De los tres verracos de Gallegos de Argañán (uno en el Museo de Salamanca (fig. 22), otro en el convento de San Francisco de Ciudad Rodrigo y un tercero en la casa de un vecino en Gallegos) no hay constancia de su origen primigenio; aunque uno fue hallado en el propio pueblo, no se debe descartar la relativa cercanía a unos 5 km del castro de La Plaza. En el interior del castro de Irueña (Fuenteguinaldo) se hallaron tres ejemplares: el conocido como “La yegua” (fig. 23) y dos cerdos. Informaciones orales recogen el hallazgo de una escultura zoomorfa de mediano tamaño en Ciudad Rodrigo en el transcurso de unas obras cuando se acometió el vaciado del inmueble sito entre las calles Almendro, Talavera y Cardenal Pacheco (en paradero desconocido)8. Fig. 22. Verraco de Gallegos de Argañán (Museo de Salamanca). 8. Agradezco a Juan Tomás Muñoz Garzón esta información, publicada en su blog “Cántaro de palabras”, bajo el título “Patrimonio esquilmado” el 11 de noviembre de 2014: http://rodericense.blogspot.com/2014/11/patrimonio­esquilmado.html 118 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO Fig. 23. “La yegua” de Irueña (Fuenteguinaldo). Fotografía de M. C. Jiménez González. 9.4. ECONOMÍA, SOCIEDAD Y POLÍTICA DE LOS VETTONES El contacto de Roma con los pueblos del interior peninsular y, en concreto, con los vettones, hace que estos entren en la Historia propiamente dicha. No obstante, las fuentes no van más allá del siglo II a. C. Los textos más antiguos referidos a los vettones son el testimonio de C. Nepote (Hamílcar, IV) y un par de pasajes de Tito Livio, en los que se narra los combates de los romanos en la Hispania Ulterior, comandados por el pretor M. Fulvio, contra una coalición de celtíberos, vacceos y vettones, en torno al 193-192 a. C. Tras las guerras lusitanas de 154-133 a. C. el territorio de Vettonia comenzará su romanización. Una de las principales fuentes económicas de los vettones fue la ganadería. El cultivo agrícola debió ser una actividad complementaria y debió practicarse principalmente en las vegas de los ríos y en los terrenos sedimentarios, PREHISTORIA Y PROTOHISTORIA DE LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO 119 caso de la Fosa de Ciudad Rodrigo. Estrabón señala que la región es rica en frutos, ganados y metales. La actividad pecuaria queda referenciada en las esculturas zoomorfas levantadas y la existencia de recintos para el ganado, caso de Las Cogotas (Ávila), pero también el propio suelo del territorio, enclavado en el zócalo paleozoico, con afloramientos de pizarras, cuarcitas y granitos. con terreno más aptos para el pastoreo. Rebaños de cerdos, vacas y caballos centrarían la actividad ganadera. Sobre la cría de ganado caballar entre los vettones tenemos varios testimonios. Bocados de caballo han sido hallados en las necrópolis abulenses de La Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra), Las Cogotas (Cardeñosa) y El Raso de Candeleda. Recordemos también la representación de équidos en las insculturas del castro de Yecla de Yeltes. Aunque ya de época romana, testimonios epigráficos aluden a tropas auxiliares de caballería vetona en el ejército romano que sirvió en Britania, el Ala Hispanorum vettonum civium romanorum (Roldán, 1968-69: 80-81). En cuanto a la minería, Estrabón alude a las riquezas de metales en un área muy extendida que sobrepasa el territorio vettón. La metalurgia del hierro debió jugar un papel destacado, a raíz de la existencia de armas, como las espadas con nielados de plata de los ajuares funerarios de la Mesa de Miranda o Las Cogotas. Pesas de telar y fusayolas evidencian la actividad textil. Por otro lado, la guerra fue utilizada también como adquisición de bienes o riqueza. Tito Livio y Apiano9 aluden al bandolerismo de los lusitanos en sus expediciones al sur del Tajo, contra la provincia romana de la Bética, a los que acompañaban en ocasiones los vettones. Detrás de estas prácticas militares pudieron estar las desigualdades sociales y económicas de la comunidad gentilicia, pues la concentración de la riqueza en manos de una aristocracia local provocaba bandas de desarraigados (Salinas de Frías, 1982: 49). En la sociedad vettona los individuos se hallaban unidos por lazos de parentesco, formando grupos familiares que se integraban, a su vez, en gentilidades y estas en una gens. Varias de estas gentilidades nos son conocidas en un momento en que la organización tribal y gentilicia comenzaba a erosionarse 9. Livio: Ab urbe condita, XXXV, 1 y XXXV, 2, 5; Apiano: Iberiké, X, 56­58. 120 JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO con la romanización. Por la epigrafía alto-imperial (siglos I al III d. C.) sabemos de la alta presencia de gentilidades en las poblaciones vettonas del área Yeltes-Huebra. Sólo procedentes de Yecla de Yeltes se han registrado 14 gentilidades (Martín Benito y Martín Benito, 1994: 171-172). La sociedad vettona estaba fuertemente jerarquizada, como lo revelan los ajuares funerarios10, con una aristocracia local propietaria de tierras y ganado, que portaban armas y poseían caballos. Las prácticas guerras que refieren los escritores romanos y en las que participaban conjuntamente lusitanos, vettones, vacceos y celtíberos manifiestan la existencia de líderes o caudillos entre los pueblos prerromanos peninsulares. Este caudillaje entre lusitanos y vettones parece haber sido electivo, si tenemos en cuenta el testimonio de Apiano sobre la elección de Viriato11. Téngase en cuenta que en las necrópolis vettonas conocidas y excavadas, los enterramientos sin ajuar son los mayoritarios. Ello lleva a Álvarez Sánchís (1999: 301) a afirmar que más del 80 % corresponderían a individuos más humildes, sin descartar la existencia de esclavos o siervos, pues estos últimos se citan en la expedición de Aníbal a Salmantica en el 220 a. C. (Plutarco y Polieno)12. 10. Como rito funerario, los vettones practicaban la incineración, como queda atestiguado en las necrópolis arriba mencionadas. Las cenizas se depositaban dentro de una urna de cerámica o piedra; esta, asociada a otros elementos de ajuar, se depositaba en un hoyo cubierto con un pequeño túmulo. 11. Apiano: Iberiké, X, 61­62. 12. Plutarco: De mulierum virtutes; Polieno, 7,48. Vide Bejarano: 105­106. BIBLIOGRAFÍA GENERAL 145 BIBLIOGRAFÍA GENERAL ALCOLEA, José Javier y BALBÍN, Rodrigo de: Arte Paleolítico al aire libre. El yacimiento rupestre de Siega Verde. Salamanca. Arqueología en Castilla y León. Memorias 16. Junta de Castilla y León, 2006. ALMAGRO BASCH, Manuel: “El ídolo de Ciudad Rodrigo y el ídolo de Rodicol”. 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