Esta obra es un homenaje a los remotos pobladores que pusieron nombre a las aguas y montañas que formaron su hogar. También es la fuente donde las nuevas generaciones podrán beber las viejas palabras para seguir llamando a cada lugar por su nombre propio. La tierra que no tiene nombre es tierra muerta. La tierra que tiene nombre, tiene vida, porque tiene hijos que la nombren como a su propia madre.