El artículo se plantea como una pequeña investigación a través de varios documentos que revelan aspectos poco conocidos en la vida y obra de Juan Antonio Melón. El «abate volteriano refinado»; el que fuera miembro de Juzgado Especial de Imprentas; el autor de unos vibrantes Apuntes biográficos sobre la vida de su amigo Leandro Femández de Moratín: sobre todo, también, d editor de las obras completas de Cicerón en nuestra lengua y director de Semanario para Párrocos, se encuentra en un absoluto olvido, por culpa de los historiadores conservadores que en nuestro siglo, y en el anterior, han denostado su «afrancesamiento».
Sin embargo, el artículo, que parte de una referencia elogiosa a Juan Antonio Melón hecha por el Príncipe de la Paz, da cuenta panicularmente de lo que fue una gran obra social emprendida por Melón en su nostálgico exilio de París. En efecto, Melón concibe desde Francia la creación de una institución pedagógica que habría de llevar su nombre en un abandonado pueblo de la Sierra de Francia: Mogarraz. La Fundación Melón, milagrosamente, ha llegado viva, casi hasta nuestros días. Toda la investigación tiende, pues, a recuperar - en la línea de otros trabajos del autor- una memoria perdida (o, incluso, maldita) de nuestra Ilustración y de la obra de quienes la hicieron posible.
El artículo se plantea como una pequeña investigación a través de varios documentos que revelan aspectos poco conocidos en la vida y obra de Juan Antonio Melón. El «abate volteriano refinado»; el que fuera miembro de Juzgado Especial de Imprentas; el autor de unos vibrantes Apuntes biográficos sobre la vida de su amigo Leandro Femández de Moratín: sobre todo, también, d editor de las obras completas de Cicerón en nuestra lengua y director de Semanario para Párrocos, se encuentra en un absoluto olvido, por culpa de los historiadores conservadores que en nuestro siglo, y en el anterior, han denostado su «afrancesamiento».
Sin embargo, el artículo, que parte de una referencia elogiosa a Juan Antonio Melón hecha por el Príncipe de la Paz, da cuenta panicularmente de lo que fue una gran obra social emprendida por Melón en su nostálgico exilio de París. En efecto, Melón concibe desde Francia la creación de una institución pedagógica que habría de llevar su nombre en un abandonado pueblo de la Sierra de Francia: Mogarraz. La Fundación Melón, milagrosamente, ha llegado viva, casi hasta nuestros días. Toda la investigación tiende, pues, a recuperar - en la línea de otros trabajos del autor- una memoria perdida (o, incluso, maldita) de nuestra Ilustración y de la obra de quienes la hicieron posible.
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