Don Miguel de Unamuno mostró siempre gran interés por conocer nuevas tierras y sus gentes, enlazando así con los de la Institución Libre de Enseñanza y la Generación del 98. Este interés paisajístico de don Miguel no lo era por razones estéticas, lúdicas y placenteras, sino para conocer directamente la realidad, sin interferencias ni tergiversaciones y contribuir a mejorar la educación de la población y la regeneración española. En el caso de don Miguel había otras motivaciones que le impulsaron a ser un incansable viajero y conocer nuevas tierras y sus gentes, describiéndolas de forma magistral. En ellas destaca, además, una serie de reflexiones simbólicas y trascendentes sobre cuestiones que le preocuparon durante toda su vida, particularmente su deseo de seguir existiendo, de seguir siendo después de haber sido, esto es, de lograr la inmortalidad. Por esto atribuye cualidades humanas a las cosas y paisajes, particularmente en el caso de Salamanca, a la que le reconoce ya la inmortalidad y le pide que sea su aval, su garante, para poder alcanzarla. Así lo reconoce en su famosa oda "Salamanca" en la que dice: "Y cuando el sol al acostarse encienda / el oro secular que te recama, / con tu lenguaje, de lo eterno heraldo, / di tú que he sido". Afortunadamente don Miguel consiguió lo que buscó tan obsesionadamente, ser inmortal, y hoy su nombre está indisolublemente unido al de Salamanca.